Aníbal tenía un dolor en la espalda que no se iba solo, y había intentado solucionarlo en la clínica de la obra social pero los estudios le exigían un tratamiento largo que le parecía imposible sostener con tantas obligaciones diarias que le cargaban la agenda.
Un día, al salir de la clínica, vio un cartel pegado a un poste. «¡PARE DE SUFRIR! Ricardo Güemes sanador» y un número de teléfono. Llamó y fue atendido por el mismísimo Ricardo, con el que concretó una cita.
La solución, le había explicado, no iba a incluir esos medicamentos ni tratamientos costosos y eternos que, «a fin de cuentas no sirven para nada», sino que con algunas sesiones, él se iba a encargar de su problema y su espalda rejuvenecería como si regresara a su adolescencia.
Al término del primer mes, lejos de irse, el dolor se agravaba y el precio, pagado de su bolsillo después de la negativa de la obra social a cubrirlo, aumentaba. A la tercera sesión, que no era cubierta por la obra social, Aníbal se empezó a impacientar.
—Doctor, ¿cómo puede ser que no se me pase el dolor con el tratamiento?
—Bueno, o sea… este tratamiento ya le expliqué cómo funciona. Usted va a tener dolor durante unos meses más. Ya hicimos un trabajo monstruoso con lo que llevamos hecho hasta ahora, porque solamente se duplicó su dolor cuando, en realidad a esta altura no tendría que poder caminar siquiera.
—Pero esperaba ver alguna mejora.
—Éstas son las mejoras. Si usted siguiera yendo con los carniceros de la clínica, o sea, digamos… que solamente le recetan pastillas y tratamientos que aumentan el dolor, no podría ni siquiera estar hablando en este momento. O sea yo recibí un paciente al borde del estallido, así que estoy muy conforme con los logros que se han obtenido por el momento.
—Los médicos por lo menos me daban calmantes.
—Es que en realidad ese es un instrumento que multiplica el dolor, es un oxímoron darle calmantes a alguien que tiene dolor.
Son gente que está tratando de encontrar la cuadratura del círculo, el esqueleto obeso, la meretriz virgen y el helado caliente, cuando todas esas cosas no existen y tengo que estar explicando que eso que es obvio. Si no se somete por el momento al tratamiento que está haciendo conmigo le aseguro que el dolor que habrá que sufrir será mayor.
Aníbal, entonces, se acostó en la camilla y recibió, con los dientes apretados, los impactos de las piedras de medio kilo que le golpeaban la espalda, esperando que así se solucionara su problema.
