Yo estaba sentada en el sillón, que recién me había preparado el mate para ver el noticiero de la tarde. Lo miro sin falta, porque después vienen los que opinan de política y eso ya no me gusta, son tendenciosos. A la tarde, en cambio, se habla de todo, no solo de política, y son más simpáticos. Está el chico nuevo de los espectáculos que me cae fantástico.
Y sonó el teléfono, el de línea. Dios mío, casi me olvido que existe. Me pegué un jabón que ni te cuento. Me levanté, con lo que me duele la cadera, que rechina ya de oxidada, pobrecita. Pero dije “¿quién me llama?”, solamente podía ser mi hermana o alguno de mis hijos.
Caminé, paso a paso, como me sale, y llegué hasta el teléfono. En el trayecto, pensé mil posibles llamados. Todos trágicos. No voy a decir qué pensé porque después me tienen para la chacota.
—¿Hable? —le digo.
—Hola, te estamos llamando por una breve encuesta sobre política y actualidad nacional. Solamente serán algunas preguntas y tomará unos pocos minutos…
—Ah, qué… —empecé a contestar, pero como era un disco no paró.
—Si aceptás contestar, marcá uno. Si no, marcá dos.
Y ahí apreté el uno, porque yo entiendo de política. No veo los programas que son solamente de política, pero igual no soy ninguna pava.
—¿Confiás en el gobierno nacional? —preguntó el disco—. Si la respuesta es sí, marcá uno. Si la respuesta es sí, marcá dos. O marcá nueve para repetir las opciones.
Como no entendí bien, marqué nueve.
—¿Confiás en el gobierno nacional? Si la respuesta es sí, marcá uno. Si la respuesta es sí, marcá dos —repitió el disco.
—Pero… ¿Cuál? Bueno, yo le marco el dos, y que después vengan las demás preguntas —le dije al disco. Con las siguientes respuestas iba a quedar claro mi punto de vista del gobierno.
—Eso es todo. Muchas gracias por contestar nuestra encuesta —dijo el disco. Quedó el tono de corte sonando y yo quedé como una chitrula que apoya al gobierno.
