La navidad de 2024 reunía por única vez en ese año a los hermanos Iturriaga. Desde jóvenes, sus padres los habían criado para ser hombres independientes, de decisiones firmes y horizontes inalcanzables.
Alfredo era el mayor, apenas cumplidos los veintidós, apenas iniciada la democracia, se había ido a vivir al sur, donde levantó una empresa dedicada al turismo en las montañas en principio para terminar siendo dueño de hoteles en Bariloche, San Martín de los Andes y Villa La Angostura.
Carlos, dos años menor, se había ido de viaje antes de cumplir los veinte y se había enamorado de la selva misionera, donde dirigía varias empresas yerbateras que pertenecían al mismo grupo empresarial.
Danilo, el más joven y, quizás por eso, el más malcriado de los tres, se había quedado a vivir en Vicente López, donde se habían criado los tres hermanos. Era dueño de dos fábricas textiles que producían para diversas marcas nacionales y extranjeras.
Con ambos padres ya fallecidos, a pesar del trato telefónico y telemático, los encuentros casuales sucedían en diversos momentos del año, pero las fiestas eran cita obligada para los tres, en general, la de navidad.
Para la de 2024 habían decidido que el festejo fuera frente al lago Nahuel Huapi, en la nueva casa de Alfredo. Ni siquiera hacía falta que alquilaran otros hospedajes porque las dos familias invitadas entraban, cómodas, entre la casa de huéspedes y la familiar. No obstante ello, Alicia, la esposa de Carlos, logró que ellos y sus dos hijos se alquilaran un departamento en el centro de Bariloche porque le agobiaba compartir día y noche sin parar con sus cuñados y concuñadas. Carlos tuvo que decir que el motivo por el que se iban a Bariloche era que querían estar más cerca de las chocolaterías. Algo absurdo estando a media hora de distancia en auto.
Alfredo había organizado las fiestas con abundante comida y bebida, todo de la mejor calidad y el mayor precio, pero nada casero. Ninguno de los invitados conocía la nueva casa y quería sorprenderlos con lujos y opulencia en un año muy particular donde los tres festejaban que el país se adaptaba a lo que ellos habían soñado durante años.
—Mirá, Carlitos, esta la trajo un amigo de Francia, de ahí de Borgoña —anunció Alfredo para presentar un vino en el deck frente al lago donde los tres hermanos se daban un rato a solas—. Pinot noir, 2010, la guardé para este momento, desde abril que la vengo mirando con unas ganas…
—A ver… —aireó el vino en la copa, lo probó—. Exquisito. ¿Quién te la trajo? Yo te voy a convidar unos mates riquísimos también —contestó Carlos en broma y los tres se rieron, porque no acostumbraban tomar mate.
—Me la regaló el chino, que ahora empezó a importar y se puso una vinería en San Isidro —contestó Alfredo con los ojos iluminados.
—Mirá vos qué bien. Algunos pueden festejar, entonces —contestó Carlos mientras miraba a Danilo, que estaba serio a un costado.
—Y, mirá… —retomó Alfredo—. Estamos alcanzando el país que siempre quisimos. Las reformas del gobierno nos están dejando crecer en serio. Yo pude invertir el diez porciento más este año, le cambié las cortinas y los pisos a los hoteles y me hice algunas habitaciones de lujo para cobrar más caro. Y todo gracias a que no pago tanto de antigüedad ya. Ahora contrato y a los ocho meses les digo «hasta acá estamos. No me encariñé» —y se rio antes de llevarse la copa a los labios.
—Bueno, en nuestra rama —arrancó Carlos—, los yerbateros están pudiendo registrar por fin a los trabajadores tareferos, ahora que no hay tanto de eso de cargas sociales ni multas por registro deficiente ni nada. Entonces, claro, ganamos todos. Los tipos tienen un laburo en blanco, o gris, pero menos negro, se pagan sus aportes y a los productores también les sirve. Igual hay que decir que el consumo un poco bajó también. No tanto pero nosotros le tenemos que amenazar a los productores con importar de Brasil y Paraguay para que se ajusten un poco.
—Ah, pero están en la lona, entonces.
—Bueno… tampoco tanto. Si vieras mis jefes cómo viven… viajan más que todos tus turistas juntos. Pero igual no alcanza. Es así.
—¿Y a vos qué te pasa que estás tan callado, pendejo? —Alfredo increpó a Danilo—. ¿No estás contento?
—¿Con este gobierno de mierda?
—Epa, epa. Cuidadito, eh —le bajó los humos Alfredo.
—Vos le hacías campaña, Dani —agregó Carlos.
—Sí, y también estoy a favor de las nuevas medidas que dicen ustedes y todo eso. Al principio, me venía bárbaro pagarle dos mangos de indemnización a los que no necesitaba y después esos períodos de prueba, pero de golpe empezaron a bajar las ventas al mismo tiempo que primero una y después otra y otra más empezaron a importar a mitad de precio. En septiembre dejé de operar una fábrica y ahora, en diciembre, frené la otra y estoy ahí en veremos. Para colmo intento comunicarme con el Comité de Pymes, Emprendedores y Productores y me dicen que no pueden hacer nada.
—¿El Comité de qué?
—De Pymes, Emprendedores y la re putísima madre que lo parió —cerró con la cabeza atrapada entre las manos y los codos en la mesa.
—¿Qué es eso? Yo conozco la CAME, APYME, si querés… pero ese comité no existe —retrucó Carlos.
—Hermanito. Hermanito, escuchame —lo serenó Alfredo—. Vos encargate de mantener la marca y la reputación, reducí la planta un ochenta porciento y yo ya me pongo en contacto para que te salgan rápido los trámites de importación. Vos te vas a salvar. Tranquilo. Ahora tomate y ponete contento que estamos en navidad.
