El equipo de Sportivo Miserables venía mejor que lo esperado esa temporada. Bastante con decir que no estaba peleando el descenso. No solo por sus integrantes, sino por su historia y su estilo de juego. Si bien es cierto que tenía algo de ayuda desde la dirigencia de la asociación de fútbol y de los árbitros, también debe decirse que ganaba partidos sin sufrir.
En particular, un jugador se llevaba los aplausos de su gente: Nahuel Rossi. “El Mago”. Enganche del equipo, dueño de un liderazgo indiscutido que le servía para convencer a los suyos de que todo lo que intentaran era posible, que no existía el “no” en Sportivo Miserables. Dueño de sus éxitos y su peor desgracia.
Los sábados a la tarde la cancha estallaba en cantos. Cada partido iba más gente que el anterior. No faltaban los oportunistas que se suben al caballo ganador, aunque el equipo estuviera lejos de las primeras posiciones.
Una tarde, cuando ni siquiera se había alcanzado la mitad del campeonato y el equipo metió el primer gol contra Atlético Esperanza, el Mago Rossi hizo, cerca del córner, el bailecito particular con el que festejaba sus goles. Pero en este caso el gol no había sido suyo, sino del delantero Fernández.
De ahí en más, cada gol del equipo, Rossi lo festejaba en soledad (alguna rara vez, acompañado), en el córner.
De tanto robar festejos, Rossi generó una división en la tribuna entre aquellos que lo veían como el alma del equipo, enfrentados con los que pensaban que era, con otras palabras, un mal compañero que no tenía códigos.
La interna escaló tanto que el club debió separar su propia hinchada mediante alambrados y hasta una fila de cuatro policías temerosos por saber que no podían contener una eventual pelea.
Tenían razón los policías. Durante un partido en que las hinchadas del Sportivo Miserables se cruzaban cantos y no prestaban atención al juego, el alambrado cedió y comenzó una batalla campal.
Incluso los jugadores eligieron cada uno un bando para la pelea. El arquero pudo asestarle un tremendo golpe a Rossi que lo dejó tambaleante. Lo rescató un hombre de la hinchada fanático suyo que lo arrastró hasta el vestuario.
Ese fue el comienzo del fin para Sportivo Miserables. Cada partido se suspendía porque los bandos de la hinchada se agarraban a los tortazos.
Aunque la audiencia televisiva aumentaba, que se levantaban apuestas por la batalla campal y que había gente que se asociaba al club nada más que para participar de la pelea, la asociación de fútbol debió eliminarla y no le permitió más participar en el torneo.
Sportivo Miserables pasó, entonces, a ser un club que organizaba, en una cancha de fútbol, batallas que se transmitían por internet, donde los asistentes concurrían los sábados a arrancarse, a golpes, las miserias que juntaban de lunes a viernes.
