Luca Muñoz había nacido en Rafael Castillo. Desde chiquito había quienes le veían un don especial para liderar. En la escuela, él organizaba los juegos en el recreo, y ya en la secundaria, organizó a todos los estudiantes para reclamar que el segundo recreo se extendiera diez minutos.
Ya de grande, tras heredar el local de ropa de su madre adoptiva, Luca empezó a tener problemas financieros. A pesar de que era común escuchar que la plata cada vez valía menos, él no entendía cómo hacía ella para llegar a fin de mes con lo que ingresaba.
Empezó a estudiar economía por Youtube y aprendió que el problema estaba en los impuestos y tasas municipales que iban a parar “a los chorros”, como él repetía.
Poco a poco, difundió sus conocimientos entre los comerciantes de todo La Matanza, y con su poder de referente, se convirtió también allí en un líder. Juntos, reclamaron al intendente que les permitiera emigrar a Uruguay, la tierra prometida, donde no se pagaban tantos impuestos.
La negativa provocó una plaga de inflación en la zona que arruinaba a todos los comercios.
Después de un mes, los comerciantes liderados por Luca volvieron a reclamar ante el intendente el escape hacia el Uruguay y anunciaron que un nuevo rechazo traería una peor respuesta. El intendente volvió a negarse.
Fue entonces que los comerciantes organizaron una plaga de saqueos en todo el municipio, con destrozos de por medio y hasta un asesinato de un policía cuya autoría nunca terminó de esclarecerse.
Entonces, Luca Muñoz y los comerciantes reclamaron una vez más ese escape libre. Y ahí sí, rendido el intendente ante la posibilidad de una nueva plaga con consecuencias imprevisibles, decidió darles la libertad de irse a Uruguay.
Cuando a Luca ya lo apodaban Moisés sus propios seguidores, se juntaron cientos de comerciantes con millares de bultos de mercadería en un puerto inventado en la ribera del río Matanza-Riachuelo a la altura de González Catán y, en lanchas, empezaron a salir hacia el Río de la Plata.
La tierra prometida estaba al alcance de las manos. Era solamente cuestión de horas y una buena dirección para alcanzar su tan ansiado destino. Incluso, algunos comerciantes habían comprado camisetas de la selección uruguaya, para mostrar su fraternidad con el pueblo receptor. Justo entonces, tras frenar la marcha de la lancha que encabezaba y él ocupaba, Luca pidió atención:
—¡Muchachos! Che, yo ahí venía pensando que dejé el local de mi vieja solo, que me da cosa tanto tiempo dedicado al pedo… y además que en Uruguay no sé cómo es la cosa, si nos van a dejar entrar o no. Así que yo les agradezco la confianza en mí, pero me vuelvo para casa.
Y saltó al agua, de la que no volvió a emerger. Algunos dicen que buceó hasta González Catán; otros, que llegó solo hasta Uruguay. El resto de las lanchas vagó cuarenta años por el Río de la Plata.
