344. Hormigas

18 de noviembre de 2024 | Noviembre 2024

Recién nos habíamos mudado al campo. Abandonamos ese departamento con apenas un balcón para ir a parar a un lugar con horizonte y una explosión de naturaleza. Román tenía apenas tres años; todavía andaba con chupete, pero ya corría. Se había ganado una libertad a fuerza de piernas y silencio, que escapaba al control que podíamos ejercer sus padres.

Se mandaba solo sin destino, como si se dejara llevar por los impulsos. De un momento a otro, desaparecía, y bastaba con ver que estaba la puerta abierta para saber que se había escapado. A veces lo encontraba con las gallinas, o entre los pastizales, o en la huerta.

Romo, como le decíamos cariñosamente, tenía mucho por aprender de la vida que le esperaba.

Dedicábamos buena parte del día a enseñarle cosas nuevas. Los nombres de las plantas, sus olores y sabores, los nombres de los árboles, los animales que andaban por ahí, a reconocer el canto de los pájaros y aprender qué insectos podían hacerle daño.

Y nosotros también aprendíamos con él. Nuestro primer hijo era una bendición y un desafío al mismo tiempo.

Pero Romo también tenía un lado extraño, destructivo. Un arrebato descontrolado que le brotaba de golpe. Como si cada cosa que le mostrábamos debiera desaparecer. Así también duraban poco las lecciones en la huerta o en los árboles.

Su reacción era tan absurda que golpeaba a los árboles hasta lastimarse él mismo y llorar. A veces lo impedíamos; otras, dejábamos que lo hiciera, para que la lección se la diera la propia experiencia.

Esa mañana habíamos salido a desayunar a la galería, a mirar los pájaros, los árboles agitados por el viento y las hojas que volaban. Romo se echó en el pasto. Arrancó un manojo de yuyos y lo revoleó. Después, encontró unas hormigas en plena recolección de hojas. Aplastó una. Otra más.

Le advertimos que tuviera cuidado, que las hormigas podían picarlo. Él no contestó ni reaccionó a lo que le decíamos.

Nos distrajimos apenas instantes, para darnos uno de esos besos que en la ciudad nos criticaban los mismos que decían que no podíamos tener un hijo ni ser pareja.

Escuchamos el llanto y miramos. Romo estaba cubierto de hormigas como envuelto en una pesadilla. Nuestro chiquitín era una masa amorfa de puntos que se movían sobre su cuerpo. Como si se hubieran dado cuenta de que juntas podían más que él, lo devastaron. Romo quedó todo picado y apenas sobrevivió hasta la noche.

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