La Feria de la Democracia había llegado al pueblo de Arenaza causando una verdadera revolución. La gira por varias localidades del país se había anunciado con bombos y platillos por varios medios, causando un gran fervor general que se aplacó a medida que pasaban los meses. Tanto que, en la mayoría de los pueblos que visitaba, nadie se acordaba de qué era.
Pero en Arenaza, no. Ahí todo el pueblo pasó por el predio del club a recorrer lo que la feria tenía para ofrecer. Entre los tantos asistentes estaba Julio Cárdenas, de siete años, que había ido con sus padres, Álvaro y Gimena, y su hermanito Quique, en brazos de su madre con el chupete prendido en la boca.
La familia recorría los distintos puestos y juegos, cuando uno de los organizadores les llamó la atención:
—¡Venga, familia! ¡Venga al juego del quórum! —los invitó.
—¿Cómo es? —preguntó Julio, sonriente, exhibiendo su dentadura sin algunos dientes de leche.
—Así que querés jugar, ¿eh, mocoso? —preguntó el animador—. Es así: ¿ves esos muñecos de traje? —y señaló unos estantes con unos pequeños muñecos.
—Sí —contestó Julio.
—Tenés que tirarle estos rollitos de papel billete y hacerlos caer. Al mismo tiempo, otro jugador, del otro lado de los estantes, tiene que levantar los muñecos que vos tires. Si cuando suena el reloj, más de la mitad están caídos, ganaste. Si más de la mitad están en los estantes, perdiste.
—¿Y qué me gano? —preguntó Julio.
—Tickets para los demás juegos, gratis —contestó el animador y guiñó un ojo.
Julio eligió a su madre como rival y comenzó la contienda. Tan buena era su puntería que sus rollos de papel impactaban de a varios muñecos, que caían al piso de a montones.
Gimena, por su parte, con más intenciones de divertir a su hijo que de ganar, hacía morisquetas y demoraba en levantar los muñecos caídos, al mismo tiempo que gritaba en reclamo de piedad, que no llegaba a levantarlos tan rápido. Y tampoco quería revelarle a Julio que, en realidad, todos los juegos eran gratis.
Cuando el cronómetro sonó, el juego terminó y el animador contó: Julio había triunfado, haciendo caer el quórum a puro billetazo. Su festejo con una sonrisa enorme contagió a toda la familia y hasta al animador del juego.
