Más que vergüenza por ver así a mi vieja, lo que sentía era bronca. Y ganas de matar a la chica de la inmobiliaria que no conocía la empatía y a la que, espero (aunque sé que está mal), sufra algo parecido a lo que sufrió mi vieja. Sobre todo cuando ella ni siquiera se beneficia por ser la representante de los hijos de puta que sí son los dueños de la inmobiliaria.
Cuando yo era muy chico, me contaron, había varias inmobiliarias y, de alguna manera, el mercado se regulaba. Siempre en contra de los inquilinos, pero con algún piso mínimo de humanidad y lógica. Después, cuando llegó el oligopolio y las inmobiliarias y constructoras grandes se unieron, quedaron cuatro grupos de garcas a cargo de las viviendas de todo el país.
Para colmo, nadie protestó para evitarlo; eso que somos más los inquilinos que los propietarios, y en un país en el que, cuando había dignidad, se hizo una huelga de inquilinos en 1907.
Esa cofradía del negocio inmobiliario, que en un principio mantenía las administraciones igual que antes, al ver que cada vez había más gente para alquilar, subió los precios (de compras y alquileres) y puso a los inquilinos a competir, no solo en recibos de sueldo, sino en otras condiciones.
El tema es que las nuevas construcciones son más baratas y, por ejemplo, el departamento que quería alquilar mi madre, está en un edificio que no tiene puerta de calle porque se hizo en un pulmón de manzana. Se entra y se sale trepando una soga y caminando sobre el techo del edificio lindero.
Competían por el departamento mi vieja y un muchacho de unos treinta años. Yo pedí ser quien compitiera en lugar de mi vieja, pero la de la inmobiliaria, con una sonrisa, me negó con la cabeza.
Dio el pitido de largada y, ya desde la corta carrera que había hasta las sogas, el muchacho le sacó ventaja. Y cuando empezó a trepar, no se dan una idea.
—Dale, mamá, vos podés. ¡Vos podés! —la alenté yo.
Pero ella, era obvio, no podía. El tipo ya iba por el primer piso y mi vieja apenas se había colgado de la soga. Le costaba muchísimo. Encima se había comprado ropa deportiva especialmente para esa ocasión, como para tener alguna chance.
Supongo que por no probar antes la ropa nueva, no se avivó de que se le estaba viendo todo el culo y la bombacha. Nunca le dije nada de eso. Y estoy seguro de que fue la pendeja cínica de la que filmó y subió el video a las redes.
Claramente, mi vieja perdió y el otro muchacho ganó. Ahora no voy a tener más opción que buscar otro trabajo, para que la inmobiliaria me apruebe pagar dos alquileres con mis malos salarios y conseguirle un nuevo lugar a ella donde vivir.
