Gastón salió de la escuela con una emoción que su madre, Rocío, no recordaba hacía mucho tiempo. Después de semanas buscando la figurita difícil, la de Angelito Di María, había logrado que Valentín se la cambiara por otras que él tenía. Con esa, ya casi tenía para llenar el álbum.
—¡Tengo la de Di María, ma! —gritó él, emocionado, cuando ella lo buscó en la puerta de la escuela.
—¡Qué bien, piojito! —lo felicitó ella.
Recién cuando llegaron a su casa, él sacó el álbum de la mochila para mostrarle a Rocío la nueva figurita. Sentados a la mesa, apenas empezó a pasar las páginas, Rocío advirtió los huecos torpemente recortados del álbum.
—Pero, Gasti, acá faltan un montón que vos las tenías —indagó ella.
—Sí, es que las cambié por la de Di María, ma… Valentín me dio la de Di María.
—¿Valentín el de séptimo? —preguntó ella y recién entonces Gastón se dio cuenta de la estafa en la que había caído.
—Sí —contestó él, avergonzado.
—Dios mío, Gasti, pero mirá cómo quedó esto —Rocío exhibió una página llena de huecos y vacía de figuritas—. Vos le tenés que dar las que ya tenés, enano, ya lo hablamos esto.
—Pero la de Di María es re difícil —se excusó Gastón.
—Yo te entiendo, y está re bien que hayas querido tener esa porque es el mejor del mundo…
—No, ese es Messi, ma —corrigió él, confiado en que, al menos en eso, tenía razón.
—Bueno, como sea —Rocío revoleó la mirada—. Igual, Valentín te cagó. Vas a tener que pedirle que te devuelva las tuyas.
—No me las va a dar —se lamentó él, escondiendo las palabras.
—Bueno, si no te las da, no pasa nada. Pero, por favor, no hagas más lo que él te dice. Valentín no es tu amigo, se hace el bueno para que vos le creas y quedarse con tus figus, hijo. Ya te hizo lo mismo cuando llevaste las lapiceras de colores, ¿te acordás?
Gastón, con el recuerdo fresco y doblemente estafado, empezó a llorar desconsolado.
—Bueno, enano, no pasa nada. Es un álbum nomás. La próxima ya sabés que no le tenés que confiar. Vení, dame un abrazo.
