Cuando al vocero presidencial le llegó la comunicación del proyecto que se había aprobado y que, casi sin lugar a dudas, sería ley, tuvo que sentarse a pensar cómo informar a sus muchachos la mala noticia. Después de unos minutos en los cuales le costó concentrarse, decidió ir a la Oficina de Tuiteros y decirlo sin preámbulos:
—¿Cómo anda mi ejército? ¿My media army? ¿Todo libre?
—Todo libre, acá, produciendo para el feed del Javo —contestó uno alto.
—Alimentándonos con buen contenido —contestó uno de peluca y señaló una pantalla con un video porno.
—Sigan así, que vienen muy bien. El presidente siempre me felicita y me reenvía muchas de las cosas que ustedes hacen ahí en redes. Pero ahora tengo una pésima noticia: va a salir una ley que va a prohibir la violencia de género laboral en un sentido… amplio —hablaba lento, tedioso—. Esto es, por ejemplo, comentarios, maltrato, qué sé yo. Todo lo que hace llorar a los progres.
—¿Y? Nosotros no somos violentos. Los violentos son ellos —contestó un gordo que jugaba en su computadora y no se había dado vuelta.
—No, bueno, pero viste estos… chistes que por ahí hacemos acá —aclaró el vocero—, como lo de escupir el café y pedirle a la moza que traiga otro porque tiene un escupitajo, o lo de decirle piropos a la secretaria cuando viene a traer los papeles, cosas así…
—¡Vienen por nuestra libertad! ¡Hay que vetarlo! —gritó uno de gorra.
—El presidente no va a vetar esto, Daniel —contestó el vocero.
—¡Momento! —se levantó de su silla el alto para llamar la atención—. Esto es solamente de género, ¿no? Con lo cual a los hombres sí se les puede hacer.
—Entiendo que sí —contestó el vocero.
—Entonces uno de nosotros tiene que sacrificarse por el equipo. Propongo que a partir de ahora el peluca venga de pollera corta y podamos hacerle lo mismo que a Camila.
—Eh, sos re puto, boludo —contestó el de peluca—. Ni en pedo lo hago.
—Dale, boludo. Sos el que mejor culo y piernas tiene —acotó el gordo.
—No seas puto, peluca —agregó el de gorra—. Es para que la oficina funcione bien. Aparte… no te vamos a hacer nada. Te tocamos un poquito el culo, te decimos alguna cosa, te mandamos a hacer algunas tareas repetidas y listo.
El peluca lo meditó serio unos segundos y finalmente, se entregó:
—Tienen razón, es por el grupo. Mañana empiezo —afirmó serio y todos festejaron a los gritos.
