Lorenzo D’Amico se había asegurado de tener un lugar en la Conferencia Política de Acción Conservadora en cuanto se enteró de que se celebraría en Buenos Aires. A fuerza de billetes se había hecho conocido entre otros referentes de la derecha nacional y le bastó con aportar apenas unas decenas de miles de dólares para comprar unos minutos como orador.
Nieto de un miembro de los camisas pardas e hijo de un editor de la revista Cabildo, durante los noventa, Lorenzo había formado parte de las agrupaciones estudiantiles de la UCeDé y luego del radicalismo, hasta alejarse por considerarlas demasiado tibias para su gusto.
Después de un paso por el Partido Nuevo Triunfo, de Biondini, se alejó y formó su propia organización: la Corriente Contra el Comunismo Proletario.
Cuando llegó a la convención se alegró de ver algunas caras conocidas del ambiente derechoso nacional y también algunas figuras relevantes internacionales. Solamente saludó a Gonzalo López Blanco, ex compañero de militancia que ahora formaba parte de la Unión Reaccionaria por la Sofocación del Socialismo.
Apenas poco después de comenzada la convención, fue su turno de subir al escenario para dar sus palabras, ante un auditorio poco concurrido, pero con algunas figuras relevantes como Bukele y Bertie Benegas Lynch.
De cara al cierre de su discurso, durante el cual apenas si sonaron algunos aplausos, se ofreció a dar algunas propuestas concretas que consideraba necesarias para el futuro de la humanidad:
—Por lo dicho antes, desde la CCCP consideramos necesario que vuelvan a legalizarse los tormentos físicos en las cárceles, que deberían multiplicarse en todo el mundo para evitar que la deriva delincuencial de la humanidad vuelva a tomar las conciencias…
—¿Los querés dejar vivos, zurdo de mierda? —gritó uno desde el público—. ¡Garantista!
Lorenzo hizo una pausa en la que perdió el hilo y siguió con sus propuestas finales:
—Otra cuestión que nos parece relevante, en cuanto a las condiciones de trabajo, consideramos que por un lado debe establecerse un mínimo de edad jubilatoria de ochenta años…
—¿Jubilación? Este no puede más de mandril, ¡degenerado fiscal! —se escuchó por ahí.
—Y que cuestiones como despidos e indemnizaciones laborales, al igual que el movimiento de capitales, deben agilizarse como para que los empresarios seamos libres. Muchas gracias.
—Habla de despidos y relación de dependencia el zurdito sindigarca —fue lo último que escuchó Lorenzo, mientras bajaba del escenario.
