330. El pozo

4 de noviembre de 2024 | Noviembre 2024

Ese que está ahí, tirado con el cráneo y el cerebro desparramados sobre la sangre y la tierra era mi compañero. O mi rival. Las dos cosas, a fin de cuentas. Se llamaba Esteban. Yo dependía de él, y él de mí. Y ambos dependíamos del jefe. Pero él se volvió loco de ganas de arruinarme y no tuve más remedio que enterrarle la pala en la cabeza unas cuantas veces.

Don Hipólito nos había llamado para trabajar para él, en su campo. Teníamos que cavar un pozo de un metro y medio de diámetro y unos cuarenta de profundidad. Dijo que iba a hacer un aljibe para traer el agua que venía escaseando en la zona.

La condición fue que, si el trabajo no terminaba, nadie cobraba. Pero, si terminaba, cada uno iba a cobrar según las bolsas de tierra que sacara. Don Hipólito tenía ochenta bolsas de arpillera.

Al principio, llenábamos las bolsas y las dejábamos separadas, cada uno las suyas, para llevar la cuenta. Cuando ya estábamos bajo tierra y salir por los propios medios era imposible, Facundo, el peón, nos tiraba una soga y nosotros atábamos la bolsa.

A esa altura, Facundo anotaba cada bolsa que salía y quién la había llenado. Luego, vaciaba bolsas y las dejaba caer sobre nuestros cuerpos cubiertos de tierra y transpirados.

Al segundo día, llevábamos más de diez metros cuando comenzó a anochecer. Nos tiraron un foco de luz que quedó a mitad de camino pero que igual nos servía. Hipólito dijo que Facundo y él volverían en un rato a tirarnos la soga para salir, igual que el día anterior.

Pasaba el tiempo y no venían, pero nosotros seguíamos cargando bolsas, hasta que Esteban, enojado, se agarró una de mis bolsas y dijo que esa la había llenado él, que yo se la había sacado cuando estaba dado vuelta.

Ni siquiera había espacio para una cosa así, le dije. “Y quien me acuse de ladrón tiene que aguantarse la que venga”.

—Ah, ¿sí? —fueron las últimas palabras de Esteban.

Me tiró una trompada que me abrió el labio, y yo, que tenía la pala en las manos, le di un revés directo a la mandíbula. Cayó contra la pared de tierra y ahí nomás le hundí el filo de la pala en la cabeza.

Pobre Esteban. En realidad, nos iba mejor juntos para el trabajo. Lo bueno es que ya no tendremos motivos de disputa. Lo malo es que eso fue hace dos días, y todavía no puedo salir porque Hipólito y Facundo no aparecen. Tampoco puedo cavar más abajo porque no tengo más bolsas.

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