—¿Nombre? —preguntó el policía, con la mirada en el monitor y las manos sobre el teclado.
—Luna Azul Colucci.
—¿Edad? —tipeaba casi todo usando los índices.
—Veintitrés.
—Domicilio.
—Pavón tres cuatro cinco siete, Boedo.
—Contame —la invitó a denunciar sin haberla mirado desde que se había sentado, solamente sacaba la vista de la computadora para relojear el Lucky Strike que se había encendido tres segundos antes de que ella llegara ahí. Era de las pocas comisarías donde el jefe todavía permitía fumar adentro.
—¿Cuento desde…? —Luna quiso resolver la duda de dónde comenzar el relato, pero no llegó ni siquiera a construir la pregunta.
—El delito —resolvió el policía, sin darle tiempo a acomodar sus palabras.
—Bueno, yo trabajo en un local de electrodomésticos, y tengo un encargado, que se llama Andrés Evaristo Lozano. Ya varias veces me había acosado… me manoseaba la cola, o los senos alguna vez. Pero el viernes, cuando faltaba media hora para cerrar, me llamó, me dijo que lo acompañe al fondo, me mostró un cuchillo y me dijo que si no le obedecía me iba a lastimar… —Luna se calló. El recuerdo fresco le entrecortaba la respiración y el tono de voz.
—¿Y? —preguntó el policía, después de mirar el cigarrillo, cuando terminó de tipear unos segundos más tarde.
—Me hizo arrodillarme y chuparle el pito y después me dijo que me diera vuelta y me penetró.
—Bueno. ¿Cómo estabas vestida?
—¿Perdón?
—¿Cómo estabas vestida? —recién ahí la miró, como si la pregunta fuera una orden.
—Esas preguntas no se hacen más, señor, es el siglo veintiuno, por si no se enteró —contestó Luna, con tono firme, aunque sin levantar la voz.
—¿Sabés que pasa, pendeja? —y agarró el Lucky Strike—. Lo que se acabó es el tiempo de creerle a la víctima porque sí. Porque vos le querés armar un quilombo al jefe porque se te canta la argolla —también hablaba sereno, confiado de su verdad—. Para mí que fuiste vos la que lo obligó a él a meterte la verga, con lo fiera que sos.
—Pero por qué te no vas a cagar, hijo de puta —contestó Luna, ya más fuerte, se levantó y empezó a alejarse.
—¡Viste que tengo razón! Si fuera cierto no te irías —dijo el policía, sin importarle que Luna lo escuchara. Y volvió a fumar.
