326. Infiltrada

31 de octubre de 2024 | Octubre 2024

Me acuerdo que habrá sido en 1965 cuando me llamó el Gordo Codovilla, en aquel momento secretario general del Partido (Comunista, por supuesto). Me citó en su despacho, a solas, y repitió esa condición unas tres o cuatro veces.

Ni bien entré, me dijo que tenía una tarea muy importante para mí, y sacó fotos de unas jovencitas, algo más que adolescentes, y me las mostró. Serían unas cinco o seis muchachas.

—Todas ellas son cubanas —me dijo—. El camarada Fidel tiene un plan muy importante para nosotros.

Y ahí me explicó que mi tarea era encontrar una chica que se pareciera a alguna de las que había en las fotos, las cuales, al parecer, eran todas espías de la Dirección de Inteligencia del PC cubano, instruidas por la KGB desde niñas para cargar con un pedazo de futuro en sus manos.

Una vez que tuviera a la chica indicada, que además debía ser de familia adinerada y bien instruida, debía encargarme de que la espía cubana pasara a ocupar el lugar de la argentina.

Empecé a buscar en Buenos Aires, pero no encontraba, entre las familias pudientes, ninguna que se pareciera tanto. Así que me fui a Córdoba y ahí sí. Era un calco de la chica de tercera foto.

En cuanto lo informé, mandaron a traer a la cubanita, Patricia. Hablaba en un español con una sonoridad serpenteante, y tenía una modulación extraordinaria, abría la boca como si fuera a estacionar un Falcon sobre su lengua. Así y todo, no le entendía una mierda lo que hablaba. Una cosa extrañísima.

Entrenamos por dos años antes de hacer el cambio. Tuvimos que sacarle todo su cubanismo y argentinizarla. Y reconozco que, para tener datos de la historia de vida de la muchacha reemplazada, tuve que utilizar métodos poco elogiables.

Un día hicimos el reemplazo. Después, me encargué de ser apoyo de la cubana durante un año. En un abrir y cerrar de ojos aprendió a ser una asquerosa y pendenciera. “Sos una burguesita cualquiera”, me le reía y ella me contestaba cantando la Internacional.

—Muy bien, Mario. Te felicito por el trabajo —me dijo Codovilla con un tono cariñoso cuando volví de Córdoba—. La historia te lo agradecerá.

—¿Por qué? ¿Por sacarle unos pesos a esta familia de ricachones? —pregunté, porque pensaba que ese era el plan.

—No, querido Mario. Algún día, quizás cuando yo ya no esté aquí, esa muchacha va a salvar al comunismo cubano y va a instaurar la dictadura del proletariado en este país. Todo en una sola jugada. Ya vas a ver.

Ahora, con el tiempo, me parece que… como que se le devaluó la premonición al viejo.

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