El nuevo ente recaudador del Estado prometía dejar de ser ese agujero burocrático insoportable, que no provocaba más que críticas, y pasar a ser, finalmente, un organismo a la altura de las expectativas del gobierno: algo así como un arquero sin manos, cosa de lograr que los impuestos dejaran de afectar la economía de los individuos.
La decisión de que los puestos vacantes dejaran de ser ocupados por los familiares de aquellos que abandonaban la entidad, ya fuera por jubilación o por fallecimiento, había sido resistida por el personal que esperaba, algún día, dejar en su lugar a alguien con su sangre.
Sin embargo, la medida del gobierno había triunfado: buena parte de la sociedad se entusiasmaba con la esperanza de, algún día, alcanzar un trabajo con un abultado salario como los que se pagaban allí.
Cuando Antonio Miguez se jubiló, fue el mismo vocero presidencial quien concurrió a la oficina de Servicios de Recaudación para llevar al nuevo compañero que lo suplantaría.
El vocero abrió la puerta, antes de entrar cargando un maniquí, acompañado por algunos tuiteros, colaboradores y camarógrafos, su escolta personal.
—Bueno, buen día, ¿cómo andan? —saludó el vocero parado en medio de la oficina—. Acá les presentamos a su nuevo compañero. Él se llama Esteban, y está muy contento de poder sumarse a la gran familia que son ustedes. Ya le estuvimos contando un poco cómo funciona todo, pero ahora será tarea de ustedes enseñarle todo lo que tiene que ver con el trabajo.
—Pero es un maniquí —se quejó una chica.
—Bueno, no hace falta que te pongas así. Es un compañero y va a estar trabajando igual que ustedes… solamente que por menos plata, por supuesto —contestó el vocero con tono burlón—. Tiene algunas articulaciones para que lo puedan sentar.
—¿Esto es una tomada de pelo? —preguntó otro empleado.
—No, por favor. Es un compañero más y lo tienen que tratar así. Ya lo hablamos con todo el directorio. Acá Esteban —y señaló al maniquí— insistió para que traigamos unas medialunas de la Rosada, para dar un buen inicio a su relación laboral. Por favor, empiecen ahora a enseñarle su trabajo, así no surgen problemas. Nosotros nos vamos a seguir repartiendo mani… trabajadores —se corrigió antes de saludar—. Que tengan lindo día —y salió con su comitiva.
En cuanto el vocero estuvo afuera de la oficina, los trabajadores de la oficina se miraron entre sí, pasmados.
—Bueno, yo le enseño —se resignó la chica que se había quejado y acercó una silla a la que estaba vacía, en la que sentó al maniquí—. ¿Cómo estás, Esteban? Bueno, vamos a arrancar, así te muestro el sistema. La compu esta es medio lenta pero bueno, ejercitamos la paciencia…
