322. Nuevos cortes

28 de octubre de 2024 | Octubre 2024

El domingo fuimos a lo de mi suegro. Casi siempre vamos a almorzar y nos quedamos toda la tarde hasta que se queda dormido de borracho, y ahí siempre Sole lo reta y le dice que está viejo. Yo le digo “dejalo, negra, dejalo”, porque el tipo laburó toda la semana. El único gusto que se da es ir a la cancha el sábado a la tarde.

Siempre que llegamos está con la cumbia santafesina al palo, ¿viste? A él le gusta esa, dice que le viborean las guitarras y le gusta así. A mí igual ni me jode porque escucho cualquier cosa, qué sé yo, lo que suene te lo bailo.

Caímos con unas latitas de birra y un fernet. Igual Carlos siempre tiene un cajón de birras listo enfriándose, no sea cosa que falte algo para entonarse.

Cuando llegamos, a eso de la una, Carlos ya estaba picado, iba por la segunda birra. Él solito, porque la Betty no le acompaña el escabio. Nomás para brindar toma, pero así, con la panza vacía, nunca.

—Qué calor hace, eh, Carlitos —le digo.

—Ya se viene el verano —contestó él, en cuero, con la panza al sol, y me pasó un vaso de birra. Sole se había ido a hablar ahí con la Betty y Natalia, su hermana, adentro.

—¿Fuiste a la cancha ayer? —le pregunté.

—Sí, empatamos cero a cero, más feo… mirá. Yo le grité al cuatro “tirale al fondo”, al diez que picaba, y no me escuchó. Se iba solo derechito para el gol, eh —dijo Carlos, que ya tenía el fuego arrancado.

—Uh, qué mala leche. Tenés que dirigir vos Carlitos —le dije en joda—. ¿Sale un asadito hoy? Ta lindo el día para algo a la parrilla, eh.

—Y más vale. Si no, ¿para qué hice el fuego, nene?

—Así me gusta, ese es un suegro que vale la pena —le festejé.

Me dejó un toque afuera solo con la cumbia y la birra y se fue a buscar la carne, ¿viste? Y vuelve con una bandeja y le entra a poner a la parrilla.

—¿Qué vamos a comer, Carlitos? —le pregunto.

—Tenemos acá pollo —y me señala unos menudos de pollo y dos cuartos traseros— y unos morrones y cebolla.

—¿Y eso qué es? —y le señalo un animalito que estaba ahí en la bandeja, abierto, chiquito.

—Este es un cuis que agarré el otro día. Estuve dos horas para agarrarlo.

—¿Cuis? ¿No tenías para una tira, una banderita? —le pregunté.

—¿Por qué no venís vos con la carne, pendejo? O vení a laburar en la obra en vez de rascarte toda la semana —ahí ya me hizo acordar a cuando me retaba mi viejo.

—Si laburé esta semana. Agarré de pintor ahí en San Felipe —contesté para que no siga con eso de que soy vago—. Está bien, el cuis es rico, igual —y le dije así como para que no se piense que le hago asco—. Lo importante es juntarnos, la familia —dije a lo último.

Me miró así medio de costado unos segundos, serio, y después se le relajó la cara y dijo:

—Sí, tenés razón. Lo importante es juntarnos.

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