La imperiosa necesidad del Estado de ahorrar energía eléctrica (y presupuesto) había derivado en el retiro o apagado de semáforos. Una decisión que entorpecía el tránsito a más no poder, al mismo tiempo que provocaba accidentes. El colectivo, acostumbrado a imponerse por tamaño, arriesgó a que Rómulo frenaría su auto. Pero no fue así, y el lateral del coche quedó abollado y sin vidrios.
En medio de la discusión con el colectivero, Rómulo empezó a sentir el celular vibrar, insistente, contra su pierna. Una y otra vez, hasta que atendió. Desde el colegio de su hija Alma llamaban para que la retirara: se había caído el techo del patio durante el recreo.
—¿Qué pasó, Almita? —preguntó Rómulo después de abrazarla y asegurarse de que su hija estaba bien.
—¡Se cayó el techo, papi! —gritó ella, emocionada.
—Sí, pero, ¿cómo? ¿Qué pasó?
—Estábamos jugando a la mancha, y Ulises, que era la mancha, lo tocó a Joaquín, y ahí se pone aburrido…
—¿Joaquín es el que le falta un brazo? —preguntó Rómulo.
—Sí, y camina mal. Corre como… raro. Y lento. Entonces nunca puede atrapar a nadie. Encima quería agarrarlo de nuevo a Ulises, que es de los más rápidos, pero no lo iba a alcanzar nunca, si es re lento. Lo corrió primero hasta el bufet, después hasta el baño, después… Yo le pasé por al lado como para que me tocara a mí, y…
—Hija, pero, con el techo, ¿qué pasó con el techo? —interrumpió Rómulo.
—Te estoy contando —lo retó Alma—. ¿Qué le pasó al auto?
—Me chocó un pelotudo.
—¿Cómo?
—¿Podés terminar de contarme el tema del techo primero? Después te cuento lo del auto —contestó Rómulo, serio.
—Y empezó a hacer crack crack ñiiii el techo, y ahí la seño Mica nos gritó a todos para que saliéramos de abajo del techo, que nos metiéramos en las aulas o saliéramos a la parte descubierta, y entre todos los profes nos sacaron.
—Menos mal que se avivó Mica… ¿Entonces no se lastimó nadie?
—No… Ah, sí. Joaquín se lastimó. Se le cayó un pedazo encima, y estaba llorando, porque no llegó a escaparse.
—Me estás cargando. ¿En serio me decís? Pobre pibe, Dios santo, no pega una.
—Ahora va a perder más que antes a la mancha —dijo Alma y se encogió de hombros.

