313. País de burros

19 de octubre de 2024 | Octubre 2024

El Rubio paró a descansar en la plaza. A toda hora estaba repleta de repartidores, de moto, de bicicleta y hasta de camioneta. Siempre se encontraba con alguien cuando paraba ahí. Se sentó a fumar una seca en un banco, solo, y al toque vio que llegaba su amigo el Negro.

—Amigo, ¿qué onda? ¿Qué andás llevando ahí? —lo saludó.

—¿Qué onda, Rubio? Unas bolsas de cemento —dijo el Negro y bajó de la bicicleta.

—Ta pesado, ¿no?

—Re. Me duele toda la espalda.

—¿Cuánto te pagan?

—Dos lucas. Son seis kilómetros.

—¡Fa, una birra! — dijo el Rubio y le pasó el porro a su amigo.

—Entera —festejó el Negro.

—Es de la nueva de delivery pesado, ¿no?

—Se. Un pijazo, te parte, pero sacás también buena guita —contestó el Negro antes de devolverle el porro al Rubio.

—¿Llegás a fin de mes?

—Ni a palos… Na, qué voy a llegar. Cuando termino, voy a hombrear al puerto.

—¿Tas en esa? ¿Qué onda, es verdad que se llevaron las grúas?

—Sí, amigo. 1820 estamos —se rio el Negro—. Lo malo es que hay un montón de gente ahí. Tenés negros para tirar al río, boludo. Hasta hay uno que va y hombrea gratis. Ta medio loco. Y tenés otros que cobran la bolsa a veinte, ponele una hora sacan una luca, algo así. Pero más o menos, con esto, completo. El día que se me rompa la bici me mato, eso sí.

—Está re caro un arreglo, boludo.

—¿Y vos, llegás?

—Y maso, qué sé yo —el Rubio levantó un hombro—. Cuando no estoy en la bici, estoy en la computadora, pero tengo que hacer quince horas por día más o menos, en total.

—Un pijazo, boludo. Por lo menos no nos afanaron la bici todavía.

—Sí, amigo, estoy como la empleada de ese kiosco de veinticinco horas por día que ganó un premio porque trabajó como trescientas horas en la semana.

—No, trescientas no, burro. Son ciento setenta y cinco, que es como si fueran todos los días de la semana, pero con una hora más cada día. Es mentira —corrigió y sentenció el Negro.

—No sé si es mentira, ¿viste el video? Más dura estaba, mamita…

—Rubio no seas boludo, no entran veinticinco horas en un día.

—Te digo que está el video, Negro. Miralo todo y vas a ver.

—Sí, qué sé yo… Bueno, Rubio, voy a seguir repartiendo. Es esto o hacerse chorro.

—Salud, amigo. Eh, pará. ¿Me dejás la tuca esa?

—Tomá, amigo —dijo el Negro y lo saludó antes de volver a pedalear.

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