El otro día me llamó el Noni para ver si me quería sumar a su equipo en un torneo de acá del Club Gigantes Liliputienses, que se jugaba entero en un fin de semana, partidos cortos, en cancha de siete. Yo venía medio choto porque me habían echado del laburo, y tenía que buscarme algo antes de que los piojos me comieran a los nenes.
Pero bueno, entre tanta malaria, dije “si entre que no hay trabajo y que encima es fin de semana, ya fue, me anoto”. El premio eran unos kilos de asado y, en una de esas, me podía llevar algo para la casa. La inscripción era barata.
Yo a los pibes ya los conocía, son todos más jóvenes que yo, hay alguno medio patadura, porque el Noni juega más para hinchar las bolas que para ganar.
Arranca el torneo y había un equipo que vos los veías que jugaban con el machete entre los dientes. Eran burros, burros. En vez de pegarle a la pelota, les pegaban a los rivales. Y no les cobraban nada. Encima, cuando a ellos los raspaban se tiraban a llorar y el árbitro cobraba falta.
Y se empezó a correr la bola entre los equipos de afuera de que estos estaban protegidos por los árbitros y que eran unos atrevidos.
En eso, durante un partido de ellos se armó una escaramuza así corta, un par de empujones y ya medio que los demás equipos desde afuera de la cancha nos hablábamos y nos poníamos en contra.
Al otro día, el domingo, nos tocó jugar a nosotros el primer partido contra los burros pegadores. Yo más o menos juego y, como no me la podían sacar, viene uno así de atrás y me tira un puntinazo al muslo.
Arrancó un tole tole y ahí agarré a uno de la camiseta, que no le llegué a pegar, pero cuando se le estiró, vi que tenía tatuado el gallo de la federal. Lo único que aprendí de ir a tantos recitales en Capital en los noventa es el escudo ese.
Cuando la cosa se calmó, fui y le dije al Noni que me parecía que ese era rati y me contestó que él le veía pinta de cobani también a otro, de cruzarlo en la estación de Monte Grande.
Sigue el partido, metemos gol y ellos se pusieron como locos, más sucios todavía. Y cuando me llega una pelota que la bajo así y me perfilo, uno me mete un dedo en el culo, igual que a Riquelme. Y se vio, lo vieron todos. Protestaron hasta los otros equipos desde afuera.
Y ahí sí. Se armó tremenda tangana. Es que es así, si provocás a todos y la lista no tiene final, en algún momento te la van a cobrar… El que tenían de suplente se acercó corriendo con un gas pimienta. Pobrecito, cómo cobró ese.
Al final, el torneo se suspendió, los organizadores nos tuvieron que dar el asado y lo hicimos ahí nomás, mandamos a comprar unos choris y lo comimos entre todos los demás equipos, festejando que defendimos los códigos y le ganamos a la gorra.

