310. Derecho aplicado

16 de octubre de 2024 | Octubre 2024

Qué desesperación mi primera causa, la puta madre. Cuando decidí dejar de ser mecánico y volverme abogado lo hice, en realidad, para ganar más plata. Yo veía los coches que traían los abogados al taller y soñaba con poder tener una máquina así algún día.

Fueron años largos y duros como las vías del tren. Tuve que trabajar menos para poder cursar más materias y estudiar, y que no fuera al pedo dejar de cobrar y bochar las materias. Me faltaba plata así que me puse flaco, de comida y de joda.

Todo valía la pena por el sueño de juntar unos buenos mangos que me sacaran de pobre. Por suerte en el taller me dejaban organizarme la cantidad de horas que laburaba y me pagaban lo que correspondía al tiempo laburado.

Cuando se armó el bardo de las universidades, yo me puse en contra. No quería que me retrasaran la carrera unos pendejos zurdos que tenían ganas de romper las pelotas. Además, mi facultad no se tomaba desde la época de las cavernas.

“A la facultad se viene a estudiar, no a hacer política”, dije en una asamblea a los gritos pelados. Me contestaron que en la facultad nos enseñaban los derechos, pero nunca nos enseñaban a defenderlos en conjunto ni a conquistar nuevos. Bah, giladas.

Tuve que rendir una materia que estoy seguro de que la reprobé por todo el contexto. No es que me tomaron en la calle ni nada, es que era una molestia constante en la cabeza. No podían romper tanto las pelotas, pendejos del orto.

A la larga, me recibí de abogado, a mis tiempos, como pude. Y cuando pude agarrar mi primera causa, lo primero que hice fue cobrar el adelanto. Calculé cuántas tenía que tener como para que la cosa anduviera bien y todo.

Pero canté victoria antes de tiempo. De tanto agarrar materias afanadas para recibirme rápido y cobrar, no tenía idea de qué carajo hacer para resolver esa causa. Apenas si sabía las leyes donde se regulaban los derechos de mi cliente. Le tuve que devolver la plata.

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