306. El contraataque  

11 de octubre de 2024 | Octubre 2024

Cuando las invasiones de los saqueadores llegaron, nuestro pueblo tenía casi dos siglos encima sin tener que defenderse de nadie. Los acuerdos obtenidos en los tiempos más complicados nos habían amansado y, a esa altura, ya no sabíamos cómo defendernos, cómo luchar.

Todavía teníamos las gruesas murallas firmes y tan duras como el primer día. El problema era que nuestras armas habían quedado algo obsoletas. Eran buenas, sí, pero habían sido relegadas a un descanso eterno. Tanto que costó sacarles tanta tierra de encima.

En cambio, nuestros enemigos parecían no haber perdido la costumbre de invadir y guerrear. Parecía que llevaban años esperando este momento.

Mi abuelo me había contado varias veces la leyenda del pueblo de siglos atrás: decía que desde abajo se había visto alguna que otra vez, sobre la sierra al fondo, una silueta humana, que no podría verse a no ser que se tratara de un gigante. Y, aunque lo habían buscado, no lo habían encontrado jamás.

Durante el período de invasiones en que mi tátara abuelo y sus hermanos defendieron el pueblo, en el peor momento de la batalla, el gigante apareció aplastando invasores hasta no dejar ni uno en pie.

Y luego, cuando el pueblo quedó tranquilo, volvió a su sierra. Trataron de buscarlo nuevamente, para agradecerle, pero no pudieron encontrarlo. Yo nunca vi silueta alguna entre los cerros, y creía que solamente se trataba de una fábula.

El momento en que los invasores presentaron su inmenso ejército rodeando nuestras murallas, nos preparamos para la defensa.

Yo estaba asustado. No había usado una espada más que para jugar, y el casco que tenía puesto me quedaba grande y bailaba en mi cabeza, al punto de entorpecerme más que ayudarme.

La idea era resistir desde adentro de la muralla y armar trampas en los caminos del pueblo con puntas de lanza esperando las piernas distraídas que pisaran esos montículos apenas levantados.

Ellos tenían cañones, nosotros no. De hecho, no había visto uno en mi vida. Para probarlo tiraron un cañonazo, que impactó en lo alto de la sierra. Me di por muerto. Si no nos mataban a todos, al menos, a mí, me mataban seguro.

Y ahí sí, empezaron los cañonazos y nosotros veíamos nuestra muralla ceder. No era tan resistente como había imaginado. En cuestión de media hora, sus tropas corrían por nuestro pueblo asesinando y nosotros resistíamos como podíamos.

Fue en ese momento cuando apareció el gigante. No sé si era el mismo que contaba la leyenda, si había una familia o qué. Pero lo habían despertado con ese cañonazo. Mataba saqueadores de a decenas con cada golpe.

Fue un espectáculo increíble. El miedo cambió de bando, y nosotros pudimos, por fin, echarlos de nuestro territorio. Sufrimos, sí, pero también resistimos. Y ahora preparamos el contraataque, con el gigante de nuestro lado.

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