Cuando lo vi en Plaza Houssay, justo entre la Facultad de Ciencias Económicas y la Facultad de Medicina, tirado entre unos arbustos, me costó reconocerlo. En una primera mirada me pareció que se trataba de un linyera, pero, como algo me llamó la atención, volví a mirarlo. Era él, solo que muy sucio y vestido con ropa andrajosa.
—¿Presidente? —me acerqué y le pregunté. Estaba seguro de que era él. Mi tono de pregunta fue, más que nada, para no hacer el ridículo: siempre estaba la posibilidad de que fuera una persona igual o un gemelo perdido.
—Sh —chistó, sin mirarme. Se lo veía enojado. Intentaba ocultar su cara con una gorra negra que decía grande, en letras amarillas, “las fuerzas del cielo”. Y olía fuerte, pero no rico.
—¿Qué hace acá? —pregunté y miré a los costados. Nadie parecía notar su presencia y tampoco había custodia.
Con una mirada, me invitó a sentarme con él. Tuve que romper un par de ramas de los arbustos para entrar. A él se le clavaban, pero no parecía importarle nada.
—Estoy contando los estudiantes. Iba dos mil setecientos veintitrés cuando llegaste. Ahora ya perdí la cuenta —refunfuñó. Miraba fijo a la Facultad de Ciencias Económicas.
—¿Para qué? —pregunté.
—Estos zurdos de mierda nos quieren arruinar el gobierno y arrastrarnos, o sea, a su modelo empobrecedor, mientras ellos se hacen ricos.
—Ah… no tenía idea… ¿Los estudiantes?
—Son todos truchos. Inventados, dos mil setecientos doce —sumó, o restó, no sé—. O sea, nos sacan la plata y viven inventando estudiantes para robarnos a todos —hablaba rápido y se le notaba la ira en los ojos—. Es obvio, si no, ya seríamos todos profesionales y no es así. Dos mil setecientos catorce…
—Bueno, tampoco se recibe todo el mundo. Igual, ¿no es más fácil preguntar a la universidad cuántos son? —sugerí, porque pensé que no lo habría imaginado.
—A esos parásitos del Estado no se les puede confiar nada.
—¿Y cómo los va a contar a todos? Esta es solamente una de todas las facultades.
Se puso más serio y bajó la mirada como si se metiera en un cálculo. Yo conté unos cinco estudiantes que se perdió en su distracción.
—Hm —gruñó.
—¿Quiere que lo ayude? —pregunté y asintió.
Fue una tarde fantástica. Yo conté, en total, como ocho mil hasta irme, pero el presidente dijo que habían sido nomás tres mil. Debe tener razón. Es el presidente.
