288. Caer bajo

24 de septiembre de 2024 | Septiembre 2024

Toto Zalduendo había nacido timbero. Desde la cuna, sin que sus padres le hubieran cargado las tintas, él ya jugaba a adivinar resultados de circunstancias aleatorias de la vida y buscaba rivales para que dijeran lo opuesto que él.

Sus apuestas podían tratarse de una infinidad de temas, desde circunstancias casi indescifrables, como si se venía un viento fuerte o cuántas horas estaría nublado el cielo, hasta resultados de partidos de fútbol o quién se hacía campeón en el torneo de escoba del quince.

Como siempre pifiaba, de pendejo se avivó de que era mejor armar las apuestas que jugarlas, y agregarles el condimento especial: la guita. Arrancó con los partidos de fútbol del recreo, y le iba bien. No ensuciaba con dinero las apuestas de si a la profesora se le iban a marcar los timbres, esas eran por amor al arte.

Se aburrió rápido y agregó el factor morboso a sus apuestas. Eligió a la boluda del curso, Gimena, que por ser poco agraciada, rellenita y torpe, la tomaba de punto más de medio curso. De tan lenta, se decía que era cruza con tortuga, perezoso o algo así.

Las clases de educación física eran más que nada de atletismo, y era raro que Gimena no se diera un palo o, al menos, un buen tropezón. Muchas veces no llegaba al final de la clase por pasarla sentada a un costado, lastimada.

Toto empezó a levantar apuestas sobre la cantidad de golpes que se daba Gimena en cada clase. Al mismo tiempo, alimentaba los ataques de los compañeros contra Gimena. Pensaba que si dejaban de tomarla de punto podía bajar el caudal de apuestas. Así se hizo casi rico. No solo sus compañeros apostaban, también lo hacían otros cursos.

Cuando terminaban las clases de educación física, antes de volver a su casa, Toto siempre demoraba para irse último, cuando no quedara nadie. Ahí se encontraba con Gimena. En general, con el mismo intercambio:

—Acá está tu mitad —decía Toto y le daba apenas el tres porciento de lo ganado.

—¿Nada más? —preguntaba Gimena cuando veía el billete.

—Apostaron poco hoy… —lamentaba Toto—. Pero te puedo dar más si me das un beso —y sacaba otro billete igual de su bolsillo.

—No quiero —decía Gimena con la mirada perdidaz—. Y dejá de decir cosas feas de mí en gimnasia o cuento todo lo que me mandás, me decís y me hacés.

—Apuesto mil pesos a que no lo hacés.

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