Cada vez que Marcos se cruzaba con Daniel, se acordaba nada más que de las anécdotas buenas, las del colegio, donde eran cómplices de travesuras y, entre risas, coordinaban para tomar un café y ponerse al día. La última vez, durante una convención empresarial, habían recordado el día que le escondieron el bolso a la profesora de inglés, y Daniel lo había mandado al frente con el preceptor.
—¿Y en qué andás ahora, Marquitos? —preguntó Daniel mientras revolvía el café.
—Recuperé la empresa de mi viejo, la de transporte y logística, ¿viste? Y ahora ahí anda, no es la gloria, pero anda. Tengo algún tema con los muchachos del sindicato que… bueh, pavadas. Al margen de la empresa, mis números no están bien.
—Seguro que les pagás buenos sueldos vos —contestó Daniel, como si lo tratara de idiota.
—No, no te creas… más o menos, algo como para que lleguen y tengan familia.
—Olvidate, Marcos, vendela y pasate a los negocios inmobiliarios —resolvió Daniel.
—Sería como vender a mi familia. Es lo único que me quedó de mi viejo —Marcos hizo una mueca de lástima.
—¿Qué viejo ni viejo? Vas a terminar en quiebra con el culo roto en Laferrere, vas a ver —lo apuntó Daniel con la mirada antes de llevar la taza a su boca.
—No, por favor, en quiebra no —sonrió Marcos.
—Recién vine de Europa, allá es todo tren. Los camiones los tiran como chatarra, Marcos. Vendé, hace lo que te digo. El futuro tiene rieles. Hacela guita y listo.
—Qué empresa levantó mi viejo, ¿eh? Un monstruo enorme… ¿a quién se lo voy a vender?
—Algún amigo te consigo. Y si no, te la compro yo. Hacemos un precio… accesible, por los malos números —Daniel hizo revolotear una mano por encima de la mesa.
—¿Me vas a hacer el favor de quedártela por dos mangos? —ironizó Marcos.
—Marquitos, dame bola… Te conviene. Además, yo soy tu amigo. Si te va bien, y tu economía mejora, me la comprás de nuevo. Confiá en mí, que nunca te cagué.
