La Nueva Era, para tener un nombre tan rimbombante, exigía una transformación visible, al menos, desde el maquillaje. La base se había sembrado desde las primeras apariciones de su líder en la televisión: un discurso a calzón quitado, violento, autoritario. Algo que nadie hubiera pensado que se aceptaría de tan buena manera.
También sorprendía que las políticas del gobierno avanzaran casi sin oposición, aunque las consecuencias fueran el crecimiento de la pobreza y la desocupación. Pero esas cuestiones no importaban puertas adentro. En cambio, que las encuestas dieran como resultado la imagen positiva, sí importaba.
Es que la base social que lo defendía parecía compartir cierto grado de ignorancia y estupidez con los gobernantes, combinación de la cual nacían las propuestas y las jugadas del gobierno.
Por eso, cuando el senador confesó que usaba los asesores asignados a él para una eventual campaña local en su provincia, el gobierno aprovechó para dar un giro. “Si ya la gestión es un desastre, que lo digamos solamente nos beneficia”, propuso un ministro. Entonces, se organizó una entrevista del presidente con el adulador número uno:
—Siempre dijimos que odiamos al Estado y lo queremos destruir —afirmó el presidente.
—Sí, pero lo de reconocer tener asesores trabajando para cuestiones personales, ya…
—Bueno, pero eso también lo hacen los demás —interrumpió el presidente—. Lo hacemos todos. Es así, contamos la realidad como es.
—Se dice que hay corrupción en el gobierno —sugirió el enrevistador.
—Bueno, o sea, no es tan así. Digamos, no robamos para nosotros, sino para nuestros empresarios. La corrupción está más asociada al enriquecimiento personal… que también sucede en la gestión, pero les puedo asegurar que sería peor si hubieran ganado los otros —y sonrió chabacano y falso—. Lo nuestro es más bien un saqueo, digamos, más masivo.
—Ajá, entiendo. Son palabras fuertes.
—Estamos totalmente comprometidos con la verdad. Porque la gente está cansada de que le mientan. Digamos, prefiero decir verdades incómodas antes que mentiras confortables. Siempre lo dije —afirmó.
—Presidente, está en televisión diciendo que destinan asesores para fines personales y que le roban a la gente.
—La gente evalúa esto en conjunto con que bajamos la inflación, que trajimos de nuevo al patriarcado, que no hay piquetes.
—Tuvieron repercusión las dos represiones a los jubilados, que reclamaban contra el veto al aumento de sus haberes.
—Esto es como en la casa de una familia: los viejos son una molestia, y para el gasto público, ni hablar. Cada uno debería pagarse su propia jubilación. ¿Por qué andar cargando a los niños que tienen que salir a trabajar para bancar a los viejos meados?
—¿Y hace falta reprimirlos?
—A ver, o sea… son muy flojitos, la verdad. Apenas los empujan, ya se caen. También por eso es más fácil recortar el gasto. Ni la CGT se acuerda que existen, vamos, eh… vamos.
