268. Tramitar la desconfianza

4 de septiembre de 2024 | Septiembre 2024

A Lito Abate le apasionaba ser dueño de la fábrica de vajilla que su padre había fundado años atrás. Decía que por eso le había entregado su vida entera, aunque se dedicara más a charlar que a trabajar. Quizás por eso disfrutaba tanto y lo sentía como su lugar en el mundo. Ahí lo escuchaban y lo consentían.

Se acordaba de cuando su padre le dijo que debía ser contador. “Para el bien de la familia”, dijo. Y tenía razón, pensaba Lito. El viejo tenía razón. Llevaban más de treinta años sin contratar a nadie para manejar la contabilidad. Y la empresa seguía viva.

Había atravesado décadas con diversas crisis del país, y seguía en pie. Pero el final podía acercarse: después de él, no quedaba nadie en la familia que le interesara el futuro de la empresa. Todos aprovechaban sus beneficios, por supuesto, pero nadie sentía la pasión por la fabricación de vajillas.

“A nadie le tira la sangre”, se quejaba Lito con una amargura nacida en las entrañas. Y Susana, la secretaria, le prestaba la oreja y respondía lo que Lito quería escuchar. Lo conocía casi más que su propia esposa.

Los últimos años, la duda sobre qué hacer había empezado a picar en Lito. Y hasta se había ido de boca alguna vez, diciendo a algunos empleados que quizás se la dejaría a ellos. Pero ese no era su deseo, en realidad. Tuvo que disculparse por haber generado una posible falsa esperanza.

Una tarde soleada, mientras miraba por la ventana de la oficina que daba a la fábrica, se preguntó si no estaría por ser víctima de alguna trampa por parte de sus empleados en represalia contra sus mentiras. Y la duda de un día, eliminada en cinco segundos, creció día a día hasta casi no poder quitarla de su cabeza.

—Susana, me voy a la IGJ a presentar el balance —anunció Lito una mañana.

—¿A qué? ¿No se hace digital eso ahora? —Susana estiró el cuello desde atrás de su monitor.

—No sé, qué sé yo, toda esa verdura digital… Siempre que subo algo después me lo cambian —refunfuñó Lito.

—¿Cómo lo cambian? Si lo presentás vos con tu firma, Lito —Susana asomó una sonrisa.

—Sí, no sé. Me ponen cualquier cosa, después no me lo aprueban. Así que voy y lo presento en papel —contestó Lito mientras se acercaba al perchero para buscar su abrigo.

—Pero puede ir alguno de los chicos mejor, si te parece, ¿no?

—Voy yo, Susana —resolvió Lito—. Voy yo igual que hacía mi padre hace sesenta años y yo hace treinta. Hay que hacerlo uno, porque si no lo hace la familia, te cagan.

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