Las internas entre miembros del gobierno de las distintas áreas del Estado no hacían más que complicar la agenda política; a esa altura, ya era más difícil de manejar que lo esperado. El presidente, inmerso en su adicción a redes sociales, se enteraba del fuego cruzado entre sus miembros casi en el minuto a minuto.
Había intentado calmar un poco las aguas con mensajes a ambos lados de la contienda, pero no le habían dado la respuesta que esperaba. Por el contrario, a cada mensaje enviado recibía otro que involucraba nuevos participantes en una disputa evidentemente inabarcable.
Al ver que no podía manejar a su propia tropa y que la interna ya estaba expuesta a la vista de todo el país, luego de una pequeña conversación con su círculo más afín, tomó una decisión: politizar la disputa.
Convencido de que la frase del general Perón, que dice que los peronistas son como los gatos, podría aplicarse también al partido gobernante, mandó al jefe de gabinete a reconocer públicamente que había una batalla interna producida por haber construido un bloque legislativo con arribistas inescrupulosos llenos de aspiraciones personales.
Mientras tanto, detrás de escena, se organizaban los bandos que debían batirse en la interna. Las figuras femeninas, a la cabeza, cosa de alentar al morbo masculino. Se les informó que, quien ganara la contienda, tenía grandes chances de encabezar listas en las próximas elecciones.
Puertas adentro, el presidente había explicado sus intenciones: “La política ahora es show, lo que importa es vender, y que la gente se divierta con esto. Digamos, mientras más bizarro y brutal sea la pelea, mejor para nosotros. De cualquier manera, o sea, a nadie le importa por qué se pelean”.
En un primer momento, habían pensado como posibilidad una lucha cuerpo a cuerpo en la que participaran las diputadas involucradas, en un cuadrilátero cubierto por treinta centímetros de barro, usando apenas paños menores.
Pero esa idea era demasiado yanqui para este país. Solamente el presidente la había considerado, como para poder vender el producto a Estados Unidos y levantar apuestas en dólares. Luego de descartarla, decidieron ir a una solución de tintes más bien locales: una buena batalla campal entre dos grupos donde participaran quienes quisieran anotarse. La postura triunfante, dirigiría la política nacional de cara a los comicios.
De esa manera, el gobierno realizaba prácticamente unas elecciones internas donde no importaría tanto la cantidad de luchadores, sino a quién eligieran las fuerzas del cielo.
Se alquiló un predio inmenso y se consiguieron pecheras amarillas y negras. Un total de quince mil anotados se convocaron un sábado a la mañana para cagarse a piñas y resolver la interna el mismo día.
Lástima que, de tan enloquecido de odio, uno de los anotados concurrió con una ametralladora de mano y empezó a disparar. Provocó tremenda estampida y, entre baleados y atropellados, dio un saldo de más de mil doscientas víctimas. De alguna manera, sirvió para demostrar que, a diferencia de los peronistas, en el gobierno no se reproducen cuando pelean.
