263. Piel de gorra

30 de agosto de 2024 | Agosto 2024

Mientras lavaban las sábanas, a mano, en el fondo del patio, las cuidadoras podían charlar a calzón quitado. La disposición del geriátrico les brindaba la privacidad que necesitaban. Ni ancianos ni familiares ni nadie llegaba hasta esa parte de la casona para otra cosa que lavar, fumar o conspirar. Ni siquiera para tomar mate a escondidas hacía falta irse hasta ese sector.

Rosana había empezado a trabajar hacía apenas más de un mes al geriátrico, pero ya se desenvolvía como una más. Había sido cuidadora en casa particular y, por un breve período, en otro geriátrico. Edith, en cambio, llevaba varios años ahí adentro. Le hubiera gustado encontrar otro trabajo, pero no sabía hacer nada en particular y las demás opciones que aparecían eran igual de malas.  

—Ese viejo del orto es un hijo de puta —lamentó Edith con un dedo levantado en el aire y la otra en la bacha jabonosa—. Ojo porque te toca el culo, eh.

—Ya lo intentó conmigo. Le erró. Igual, a él siento que lo puedo manejar. La que me da bronca es Martita, que se hace toda la chiquita, débil —Rosana la imitó encogiendo los hombros y con voz burlona—. Esa sí, te juro me… —dijo con los dientes apretados y un puño preparado para golpear el aire.

—Ah, sí —se rio Edith—. Yo… te digo la verdad, alguna que otra cachetada le metí.

—¿A la vieja trola esa? Te confieso que yo le clavé unas uñas, no me animé a más porque no la conozco, pero la reventaría a palos — agregó Rosana con los ojos bien abiertos.

—Uno que… te digo, le podés dar tranquila, es Arnaldo. Aparte, a ese no lo visita nadie ni de casualidad, así que no pasa nada. Yo una vez le dejé un ojo morado, sin querer, porque… no quería que se note, viste. Pero bueno, le dejé el ojo así en compota y no pasó nada. Se lo merece te digo.

—¿Sí? Bueno, entonces le voy a meter unos cortos ahí en las costillas, así descargo —sonrió Rosana.

—Y sí, boluda. Escuchame, a todos estos viejos no los quiere nadie. Y no los quieren porque fueron unos hijos de puta, ni hablar. Si no, ¿por qué no los cuida la familia? —dijo Edith con los hombros levantados—. A mí, yo ya lo tengo hablado con mis hijas, no me meten en un lugar así ni loca te digo.

—Más vale, mirá si vas a trabajar toda la vida para que después te caguen a palos —dijo Rosana, y las dos se rieron.

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