262. Justicia retroactiva

29 de agosto de 2024 | Agosto 2024

De entre todas las puertas del país que podían haberse golpeado, de todos los teléfonos a los que se podía llamar, los miembros del equipo de difusión del gobierno de la Nueva Era habían elegido hacer su cámara sorpresa en la casa de Sabrina Ramos, historiadora especializada en la última dictadura militar.

—¿Qué necesitan? —preguntó Sabrina, en la puerta de su casa, mientras se acomodaba los pelos para no salir desprolija en la filmación.

—Buenos días, vecina —saludó el entrevistador—. Desde el gobierno se logró eliminar el Título X del Código Penal y, a partir de ahora, estamos buscando víctimas del terrorismo subversivo, para que hagan la denuncia ante la justicia. Quisiéramos saber si usted tiene algún hecho para denunciar.

—¿Cómo? —Sabrina tenía la duda en su expresión—. Pero esos delitos ya prescribieron.

—Claro, como le dije antes, ya no hay más prescripción ni extinción de causas ni nada.

—¿Para ningún delito? Porque estos no son de lesa humanidad, si no los cometió el Estado… —dijo Sabrina con los ojos achinados.

—Exactamente. A partir de ahora se puede denunciar cualquier delito viejo; incluso, se puede denunciar a los muertos —afirmó el representante gubernamental—. Por eso, ¿tiene algún delito de los subversivos para denunciar?

—Eh… no. De hecho, no sabía que habían eliminado ese capítulo del Código Penal.

—Es que la idea es conseguir la justicia para todos, digamos. Por eso se tomó la decisión, basada en que el Estado tiene el monopolio de la fuerza y, bueno… no podrían ejercerla, o sea, los grupos terroristas.

—Capaz que hubiera estado bien juzgarlos hace cuarenta y pico años, ¿no? En vez hacer una dictadura y matarlos. Pero bueno, qué bueno lo que contás, porque sí, tengo para denunciar algo: mi papá, que ya está muerto, tenía una ferretería acá en Parque Patricios. Y, en su momento, le habían robado todo cuando le desvalijaron la ferretería, año… ochenta y siete. Él no quiso denunciar, porque conocía al que le robó, y decía que no le iba a servir a nadie.

—¿Sabe el nombre del ladrón? —el chico, ahora devenido en investigador, sacó una libreta y empezó a anotar.

—Sí, Ricardo Sánchez. Él vivía ahí a la vuelta de la ferretería; creo que también está muerto, pero como me decís que ahora no prescribe nada, a lo mejor se puede —sugirió Sabrina.

 —Así es, vecina —afirmó convencido el muchacho—. Haremos todo lo posible por que se haga justicia.

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