La Comunidad La Verdad, organización espiritual-social-económica, como se referían a ella sus líderes, estaba inmersa en un escándalo interno. Para rendir en términos financieros había incorporado miembros casi sin criterio. Lo central eran sus aportes económicos; las percepciones del mundo y sus asuntos, podían no ser idénticas a las de la organización, siempre y cuando se respetaran los designios de los líderes.
Como era de esperarse, en esa apertura indiscriminada, pasaron a formar parte de La Verdad individuos de cualquier índole. Entre ellos, había tres: Valeria, Julián y Danilo, que se caracterizaban por aparentar algo más desconectados que el resto, como si les costara repetir los preceptos que los regían.
Uno de ellos, Julián, durante una jornada de difusión y búsqueda de nuevos miembros, había dicho (y otros lo habían oído) que la comunidad se caracterizaba por aceptar varios tipos de verdades y que, aunque su nombre fuera “La Verdad”, no había una universal que respondiera a todo cuestionamiento humano.
Ya bastante los detestaba el resto de los miembros como para incluso aguantarles posturas propias. Por eso, una de sus integrantes estrella, Lucrecia, favorita de los líderes desde el primer día, se acercó a la habitación que ellos usaban, separada del resto.
—Solo los líderes nos pueden enseñar el camino —saludó e hizo una reverencia.
—Lucrecia, querida. Estás muy vestida aún, pero te oiremos igual. ¿Qué sucede? —preguntó el líder rubio.
—Hermanos líderes, guías de nuestro mundo, les pido por favor que expulsen a los tres imbéciles que no soporta nadie a esta altura.
—Te referís a Valeria, Danilo y Julián, imagino —preguntó el morocho.
—Sí. El imbécil de Julián dijo hoy a una posible incorporación que en esta comunidad se aceptaban varias verdades, las que tuviera cada uno. Eso iría en contra de la regla número uno: “solamente los líderes conocen la verdad”.
—¿Dijo eso? —contestaron los líderes al unísono.
—Lo juro. Y son muy tontos, insoportablemente tontos —dijo Lucrecia y negó con la cabeza—. Si los expulsaran, le servirá como lección al resto de los miembros.
—Es cierto. Julián será expulsado —afirmó el rubio—. En cuanto a los otros, tendríamos que considerarlo revisando todo lo que aportan tanto económicamente como en contactos y favores que consiguen.
—Muchas gracias, líderes —sonrió Lucrecia—. ¿Puedo darle la noticia a Julián yo misma?
—Agradecemos tu compromiso, Lucrecia; pero la noticia la daremos nosotros —contestó el morocho y con una mano le señaló la puerta para que se retirara.
