Después de tantos años, a Santiago Zamudio se le había cumplido el sueño que lo había acompañado durante toda su vida escolar: poder salir con Paula Lima, que tenía tres años más que él. Desde segundo grado que él la veía como la criatura más hermosa sobre la tierra. Hasta que ella egresó del secundario, el amor que él sentía no paró de crecer.
Sin embargo, ese amor había transitado varias etapas. Un inicio tierno y genuino, de esos primeros enamoramientos de la vida que no se pueden poner en palabras. Y a medida que las hormonas de ambos se desarrollaban, también el sentimiento de Santiago se transformaba.
Para cuando se reencontraron, de casualidad, comprando en un local, y él se animó a acercarse con ánimos de invitarla a salir, él era prácticamente otra persona. La inocencia original se había esfumado después de treinta años.
—¿Y vos? ¿En qué andás? —preguntó ella en el bar, después de haber resumido su actualidad en apenas una oración de medio minuto.
—¿Yo? Nada… lo de siempre. Ando con cosas bastante grosas, la verdad. Soy economista, recibido de un posgrado en la Univeristy of Portland, que justo en ese posgrado es de excelencia. Estudié con Jeremy Smith, con Marcel Durand.
—Ah, ni idea…
—Sí, no. Todos muy grosos. O sea, ellos dos y yo, digamos… somos como los mejores economistas del mundo hoy.
—¿En serio? —se sorprendió Paula.
—Sí, en serio. Soy re groso yo… Igual, no te quiero aburrir con cosas del trabajo —fingió un gesto de falsa humildad—. Quería contarte que hoy estuve leyendo poesía. Bah, me encanta, la verdad. Para mí son re grosos, o sea, Neruda… Spinetta, Dárgelos. No sé… Chizzo. Porque para mí esos son como los poetas de ahora, ¿no?
—Claro, re —asintió ella por no llevar la contra.
—Y justo te escribí un poema. Mirá, te lo recito. Lo sé de memoria —sonrió picarón—. Es así:
De vez en cuando sos linda,
Pero a veces, igual no entiendo,
De mi magia en tu atracción,
En este mundo libre y loco.
Postdata: Seguís teniendo buen culo.
Santiago se rio y aclaró que la última línea se le había ocurrido en el momento; no era parte del poema, sino una chispa de su elevado y omnipotente ingenio. Paula, por su parte, sonrió incómoda y supo que, por el resto de la noche, le tocaría exponer su mejor complacencia.
