José, pastor, hombre de bien, solía trabajar de sol a sol con sus manos y sus pocas herramientas en su pequeña chacra, donde cultivaba su trigo, cebada y maíz y tenía su puñado de ganado compuesto por un toro, una mula, diez cabras y una vaca recién adquirida con mucho esfuerzo. Hasta no hacía mucho tenía algunas gallinas pero, por culpa suya, que había dejado sin cerrar el gallinero un día, una familia de zorros había acabado con ellas.
El último año, la producción había mermado. La magra cosecha apenas alcanzaba para el alimento de su familia y el ganado flaqueaba. Ya no contaba con el excedente que solía intercambiar para adquirir los elementos que no producía.
Para los meses venideros se auguraba una sequía que dejaría los campos y el río casi secos. Si caía alguna lluvia, decían en el pueblo, sería de milagro. Por eso casi todos cargaban sus vasijas con cuanta agua encontraban al mismo tiempo que profundizaban los aljibes para sacarle algo más a las napas.
Era por eso que José rezaba todos los días, implorando al Señor un aguacero cada tanto como para que su eventual cosecha alcanzara para no morir.
«Señor, te imploro traigas a mi tierra el agua necesaria para abastecer la fuente de alimento de mi familia», rogó una y otra vez. Tanto que una semana más tarde el cielo se cubrió de nubes y se hizo la noche en el día. Y llovió a cántaros durante dos horas en los campos aledaños a la chacra de José, los cuales eran propiedad de grandes terratenientes que habían conseguido extender sus márgenes mediante la estafa y el engaño a sus antiguos propietarios.
Al ver esa situación, José volvió a rezar y pedirle a Dios que le brindara su cuota necesaria de agua. Aquella tarde, el Señor se presentó ante José y dijo:
«José, este es apenas el comienzo de la sequía que azotará entre los tuyos». A lo cual José contestó «Señor todopoderoso, ha fallecido mi mula de sed y mi familia apenas subsiste gracias a la ayuda de la comunidad. Yo soy un hombre de bien, fiel a tus palabras, esforzado por el pan de mi familia. Estoy desesperado y la sequía no cesa en mis tierras mientras ha escampado en los lares de aquellos que más poseen, que no han dudado en acopiar en medio de la catástrofe, en lugar de repartirlo».
Oído eso, el Señor respondió: «José, tu has tenido tu fiesta, has comido y bebido durante años gracias a lo que la tierra te ha dado. Has calzado a tu familia y adquirido las herramientas que posees. Es hora de pagar tales privilegios. Por lo demás, debes saber, todo depende del ciclo del agua y su natural desarrollo. Y si deseas más de lo que obtienes, deberás gastar la planta de tus pies en busca de ello».

