“Cuando no está el gato, los ratones bailan” reza el dicho. Orestes García, mi padre, lo repetía como frase de cabecera. Era el ratón líder, el que alentaba al resto al jolgorio en cuanto el patrón, Rolando Iribarren, se ausentaba. Y los demás, vagos como él, guachos y peones sin el más mínimo interés por el trabajo y una vida digna, se mamaban a las diez, once de la mañana, cuando debieran estar cuidando el ganado o la cosecha.
Habrá sido porque soy serio que el patrón me tomó por ahijado… una cosa así. Cuando todos estaban en Babia, yo solo, con los perros, me encargaba de arriar las vacas, de subirlas al camión, de cobrar, de sacar alfalfa, de ordenar el granero, juntar los huevos, ordeñar las vacas y de desmalezar el terreno.
De gurí me juntaba con los demás y hacía lo mismo que ellos: comía y chupaba cuanto podía. Trabajar estaba prohibido. Y festejábamos. Hasta que, el último día, el anterior a que volviera el patrón, tocaba ordenar todo para que no se avivara.
Y así anduve yo hasta que, me acuerdo, quería comprarle la chata vieja a don Ramírez, que la tenía barata y me la había ofrecido. Pero yo no tenía plata, y cuando le pedí a Orestes me dijo que él tampoco. Ese día el patrón no estaba, se había ido con los caballos. Y, de tan borracho, Agustín me vomitó encima.
Yo tenía diecinueve. Agarré el rebenque y empecé a darle a Agustín en el lomo hasta que se puso a trabajar. Peralta me enfrentó con el facón, pero no me duró mucho y, también, terminó por ponerse a trabajar. En poco más de media hora, la peonada se arremangaba.
Cuando volvió Iribarren, no podía creer lo bien que estaba todo. Me felicitó y me adoptó. Me puso a cargo de la estancia y le dijo al resto que, a partir de ese momento, tenían que responder a mí, que yo era el nuevo capataz, y que mi padre dejaba de serlo.
Orestes me miraba con odio. Después andaba diciendo que yo había traicionado a los míos, que era un canalla y que no era más su hijo. Mejor así.
La plata para la chata me la prestó el patrón. Iribarren sabía que, si me tenía comprado a mí, la estancia iba a andar lo más bien. Ahora casi ni viene por acá. Cada tanto se da una vuelta, pero no hace falta. Yo le dejo las cosas en orden y le hago facturar.
