Desde que se había divorciado, Claudio había quedado resentido con Lucrecia, su ex esposa. Él no había querido separarse, en realidad. Ahora, que no podía verla a diario, extrañaba mucho a su hija Luna. Con el paso del tiempo, esa sensación penosa de no compartir tanto tiempo con Luna fue reemplazada por la pregunta de si Lucrecia no lo había hecho cornudo. El resentimiento se mezcló con enojo.
¿Cómo podía ser que ella ya estuviera saliendo con otro? ¿Le habían encontrado reemplazo sin que se avivara? Qué hija de puta. Su mente repetía en loop mañana, tarde y noche. Para él, además, era complicado salir a encontrar alguien con quien irse a dormir todas las noches. Su idea de futuro era con Lucrecia. Quizás por eso él hablaba de “traición”. Y de venganza.
—Lu, ¿mamá te contó sobre Darío? ¿Te suena algo? —indagó Claudio a su hija, mientras iban hacia su casa de comidas rápidas favorita.
—Sí… —contestó Luna. Ya tenía once y sabía cómo manejarse con sus padres según su conveniencia.
—¿Y qué… qué onda? ¿Qué te dijo? —Claudio no supo disimular la inquietud.
—Va a venir a cenar a casa, si eso es lo que te interesa saber —contestó Luna y miró por la ventana.
—¡¿A mi casa?! —Claudio se sobresaltó y clavó los frenos.
Le pegaron un bocinazo y acomodó el auto a un costado del tránsito. Se perdió en sus pensamientos unos minutos. Respiraba fuerte y no contestaba a las palabras de su hija, hasta retomó la conversación:
—¿Cuándo va a ir a comer?
—El jueves.
—¿Viste que este Darío es un hijo de puta? Es malo, sorete.
—No me pareció cuando lo conocí —contestó Luna con total naturalidad—. Es bueno, divertido…
—¿Querés ganarte una muñeca? —sugirió Claudio sin tapujos.
—Era obvio —afirmó Luna mientras asentía con la boca apretada a un costado—. Mamá me conoce más. Para que hable bien de Darío, ella me ofreció entradas para ir a ver a Lali. Pero vos querés convencerme con una muñeca… —y negó con la cabeza.
—Entradas para Taylor Swift, cuando vuelva.
—Todos los shows.
—Todos los recitales —confirmó Claudio y se dieron la mano—. Tenés que ser la mejor hija del mundo en la cena. Pero, después, cuando yo te vaya a buscar y hablemos los tres ahí un rato, como pasa siempre, vos tenés que hablar de lo incómodo que fue, que no lo querés ver más. No sé, cosas así.
—Está bien, pero si mamá me ofrece algo mejor, ya sabés… —cerró Luna.

