El ministro se acomodó la corbata y aclaró su garganta, aunque ya lo había hecho antes. Era un consejo de su coach otológica: hacerlo siempre antes de hablar, “buscarse en su confianza”, decía.
—Buenas tardes. Como ministro, quiero enviar este primer mensaje al querido… y herido pueblo argentino, en el cual desde el gobierno intentamos comunicar las primeras medidas de organización económica de la nueva gestión. En principio, resulta necesario aclarar el panorama al cual nos enfrentamos: hemos recibido, sin lugar a dudas, la peor herencia de la historia de la Nación. Este gobierno se encuentra, evidente y desafortunadamente, atado de pies y manos para el ejercicio de un plan económico como el que realmente resulta necesario. Pongámoslo en éstos términos: uno, cuando quiere comer una golosina, va al kiosco y le gusta una bolsa de caramelos. Pero la bolsa cuesta cien, y a uno no le alcanza la plata para pagarlo. Entonces le pide fiado al kiosquero. Por supuesto, el kiosquero, pobre, y porque es un tipazo, nos fía y nos llevamos la bolsa de caramelos. Al otro día, volvemos al kiosco y el kiosquero ya no nos quiere fiar la bolsa de caramelos, porque si no le pagamos, no la puede reponer. Entonces, le pedimos que nos fíe media bolsa de caramelos, y un chupetín. El kiosquero nos vuelve a fiar los caramelos y el chupetín, que nosotros no podemos pagar, porque ganamos muy poquito —hizo gesto de pila chica de billetes con una distancia casi inexistente entre sus dedos—. Nuestra economía es una cagada, que no alcanza para pagar los caramelos. Y gracias a los políticos y empresarios, que todo este tiempo estuvieron manejando la pauta y emitiendo pesos, para hacerte creer que trabajando podés llegar a fin de mes. Por eso hemos decidido desde el Poder Ejecuti…
—¡Corte! —se escuchó al orto lado de la cámara.
Un hombre vestido con una campera de cuero negra y azul, con un pelo extravagante y enmarañado se levantó de una silla de director. Se acercó unos pasos en silencio, con los brazos en jarra y bufó al tiempo que sacudía la cabeza.
—Otra vez, Tito. ¡Otra puta vez!
—¿Pero qué hice ahora?
—“La herencia”, Tito. ¡La maldita he-ren-cia! —y revoleó unos papeles, quizás el guión, contra el suelo.
—Pero si lo dije, estaba explicando lo del kiosquero…
—Mirá. Anunciamos que teníamos las medidas para las cinco y ya nos pasamos. Por tu culpa, Tito. Si querés seguir siendo funcionario y que no se anule también tu contrato, empezá a decir las cosas como yo te digo.
—Sí, presidente, disculpe, no…
—¡No, nada!
—Es que me compromete un poco el tema de la herencia —trató de imponerse sin alzar la voz.
—¿Qué decís, Tito?
—Y, algunas deudas se contrajeron cuando yo…
—No se te ocurra. Vos ahora abrazaste las ideas de la libertad. Vamos a hablar del tema de la herencia. Y lo vamos a grabar bien así ya podemos dar inicio a la nueva Argentina.
El ministro asintió. Como si hiciera falta, la maquilladora volvió a acercarse a él, le dio un retoque invisible para las cámaras, mientras el encargado de la iluminación volvía a acomodar las luces en el mismo lugar que estaban antes. El ministro respiró hondo, se acomodó la corbata, carraspeó la garganta, tragó saliva y volvió a empezar:
—Buenas tardes. Como ministro, quiero enviar este primer mensaje al querido… y herido pueblo argentino, en el cual desde el gobierno se intenta comunicar las primeras medidas de organización económica de la nueva…
—¡Corte! —gritó el presidente de nuevo—. Tito, ¿me estás cargando?
—Pero si…
—La herencia, Tito, la herencia. Si a vos se te muere un familiar, ¿no es lo primero que pensás en la herencia? Bueno, esto es igual. Vamos. Última vez, no me hagas reconsiderar el puesto.
—Buenas tardes, pueblo argentino. Como ministro quería…
—¡La herencia! ¡La re puta madre! ¡”Herencia” tiene que estar entre las primeras cinco palabras! Ya son las seis, la puta madre. ¡Las seis! ¡Última vez! Y si te sale mal, Tito, te juro que el anuncio lo hago yo y vos lo vas a ver desde tu casa.
—Buenas noches, argentinos. Recibimos la herencia más pesada de la historia…
