El Pabellón de Asesores Financieros era bastante parecido a una oficina de la city porteña. La remodelación de la celda, financiada por un grupo económico destacado del país, se había centrado en que los allí reclusos tuvieran un ambiente de trabajo cómodo, con mucha entrada de sol y vista a la calle. Era importante que no hablaran en contra de sus jefes y que pudieran seguir trabajando durante su retiro criminal. Ahí fue a parar Ignacio Fernández Ocampo, a cargo de las cuentas de una cartera estatal. A pesar de ser hijo de la familia judicial, no logró zafar de su destino carcelario.
Él y su único compañero de celda, José Aurelio de Alvear, tenían lugar hasta para jugar un fulbito de oficina si corrían muebles y camas. Pero José, a sus cincuenta y tres años, prefería la tranquilidad y el cigarro antes que andar jugando a la pelota.
Pasadas las dos horas ya habían entrado en confianza:
—¿Qué hiciste, Nachito? ¿Te mandaste un moco?
—Y… me llevé quinientos palos de la ANSeS, pero había armado un sistema que, si me salía bien, lo devolvía entero y hasta quizás con intereses en el plazo de un año.
—Sí, o capaz que nunca —contestó José antes de encender un cigarro.
—No, si lo iba a devolver —Ignacio hizo la misma cara de inocente que no le había dado resultados ante el tribunal.
—¿Es tu primera vez? —dijo José con la voz cargada de experiencia.
—Sí… ¿Vos qué hiciste?
—Estábamos blanqueando una guita de una banda narco brasilera… Así es la vida, macho. A unos nos toca hacer este trabajo, a otros… qué sé yo qué les toca. Decí que mi familia patinó la guita que, si no, hubiera tenido uno como vos… bah, o como yo, para que me haga el trabajo y se coma el tiempo adentro.
—¿Estás hace mucho? —Ignacio jugaba con un cigarrillo apagado en las manos. Le daba asco el tabaco.
—Dos meses y medio. Mañana me voy. Acá es más breve la cosa. Vas a ver que vos también en unos días salís… —lo miró de costado, un poco socarrón, como de complicidad entre aprendiz y maestro y siguió—. ¿Te doy un consejo? Yo a tu edad tuve que estudiar mucho para entender cómo se hacían estas cosas, y también aprendí de gente importante. Pero ahora hay unos cursos de la Escuela Artistas del Cuello Blanco, que depende del GAFI. Ahí van representantes del Estado con la excusa de aprender a prevenir. Y también dejan entrar a representantes de emp…
—Uh, man, buena data —lo interrumpió Ignacio.
—Sí… —José estiró el silencio— a representantes de empresarios, te decía —le había caído como el culo que lo interrumpiera; casi se lamentaba de haberle contado sobre la Escuela. Así que decidió pasarle “mala data”, para que Ignacio, gracias a su aprendizaje, volviera a caer tras las rejas—. Nene, ¿querés que te enseñe a fundir un banco y hacerte rico? Lo primero que tenés que hacer es poner todo a tu nombre…
