Cuando Ramiro Poletti volvió a su casa después del partido de fútbol, su esposa Agustina le anunció que el fin de semana siguiente estaban invitados a la casa de David y Emilia a comer unas pizzas el sábado siguiente a la noche.
—No, ¿qué? —contestó Ramiro con sorpresa—. ¿Nosotros solos?
—Sí, amor, creo que sí. ¿No tenés ganas? —dijo Agustina.
—Qué hijo de puta este David. Encima la metió a la jermu en esto ahora… el tipo está otra vez con que quiere organizar su gran torneo de verano en el country donde tienen casa, no él, sino sus viejos. Está dele que te dele con el torneo ese de mierda, porque al viejo lo nombraron administrador de no sé qué y quiere juntar guita —contestó Ramiro desnudándose para entrar a la ducha.
—¿Torneo de verano? Ya es invierno. No dejes las zapatillas ahí que ensuciás todo —advirtió Agustina.
—Sí, viste. No tiene sentido. Es que David es muy insistente… ¿te acordás que él una vez dijo con los chicos de Lalo que el burro no coje por lindo? Y al final, él hace lo mismo. Quién lo hubiera dicho…
—Bueno, igual está organizando un torneo, ¿no está bueno que se junten a jugar a la pelota? ¿Qué te pasó ahí, te pegaron un patadón? —señaló el muslo derecho de Ramiro.
—Sí, el boludo de Alejo. La idea de David sería buena si no fuera porque quiere engancharnos para poner plata ahí, en ese country de mierda. Es una colecta disfrazada de torneo de fútbol. Por mí armemos dos equipos, vayamos a jugar un sábado y y listo. Pero, no. Él quiere armar un torneo, donde cada uno lleve otro equipo para jugar, y pongamos montón de guita por inscripción, la copa va a ser una cagada, y el premio en plata casi nulo. Encima ¿sabés cuánto hay que poner por las canchas? —dijo Ramiro mientras entraba al baño.
—¿Cuánto?
—Mejor ni lo sepamos. Debe ser una fortuna —gritó Ramiro desde el baño y abrió la ducha.
—¿Y tus amigos qué dicen?
—“Y bueno, vayamos, sí” —los imitó con una voz boba—. Pero es evidente que nadie tiene ganas. Dicen todos que sí por compromiso, porque piensan que es de esos planes que quedan en la nada. Aunque, peor que eso es que no les molesta que nos vayan a cagar. Pensá que es un country que de movida te cobran por usar espacios comunes. Diez lucas te sacuden.
—Ah, están en pedo. ¿Y cómo sabés que es porque quiere quedar bien?
—¿Qué? —contestó Ramiro entre el ruido de la ducha—. No te escucho, vení acá a hablarme.
—Cuando salgas hablamos —le gritó ella y se tiró en el sillón a ver la tele.
