A Pedro Méndez le daba tremendo dolor de huevos cada vez que tenía que atender las quejas de empleados y funcionarios por los sumarios que tenía a su cargo. Eran tan insoportables que había grabado un disco en su teléfono para informaba que las consultas se atendían por correo electrónico. Tenía, a su vez, modelos armados para los correos, en los que generalmente comunicaba que, cuando hubieras novedades, se notificarían.
Pero eso no alcanzaba para detener a Laura Urquiaga, una funcionaria de bajo rango que poseía una voz chillona, de la cual parecía no haberse enterado. Estaba sumariada por quedarse con el presupuesto de su área para el año entero. No había dejado pasar un solo día sin enviar un correo a Pedro, y él, después del segundo, había dejado de contestarle. Entonces ella, testaruda, se presentó en la oficina de Pedro.
—¿Cómo puede ser que no me cierren el sumario este pavo que me armaron? ¿No es obvio que es una farsa? —entró alterada.
—Buen día, ¿no? —contestó Pedro sintiendo que su testículo izquierdo comenzaba un intento de suicidio—. Ya le dije que si hay novedades le voy a avisar. Todavía nos faltan algunas declaraciones de la gente de su área.
—Pero, por favor, si es una payasada. Ya se sabe que me inventaron la causa porque me tienen bronca, porque saben que yo les saco la ficha a todos y ando demostrando que son unos corruptos.
—Si son todos corruptos puede tranquilamente pedir que se les inicie un sumario y haremos la investigación que corresponda —contestó Pedro, con las manos entrelazadas sobre el escritorio, mientras sentía latir el huevo derecho.
—Bueno, entonces quiero hacer la denuncia de que a mí me sacaron toda la plata que tenía guardada en el cajón. Ayer, me sacaron todo. Son los mismos que me andan persiguiendo a mí.
—¿Del cajón de su escritorio? —preguntó Pedro.
—Sí, tenía como quinientos mil pesos ahí —contestó Laura con un grito chillón y un brazo en jarra.
—A ver. Creo que hay una cámara ahí… —dijo Pedro y buscó en su computadora—. Acá, sí. Veamos.
—¿Cómo que hay una cámara? —preguntó Laura, nerviosa.
—Sí, en la esquina de la oficina. Se ve ni bien se entra —contestó él sin mirarla y de pronto su expresión fue de sorpresa—. ¿Usted está viendo pornografía en el trabajo?
—¿Qué? —Laura se sobresaltó y giró el monitor hacia ella—. Esa no soy yo —era evidente que sí—. No, no, esto debe ser una trampa más de este grupo de corruptos.
—Bueno, igual no es lo que buscamos —dijo, Pedro, un tanto más relajado—. Sigamos viendo a ver quién le robó —y giró de nuevo el monitor hacia él hasta que terminó la filmación del día—. No pasó nada —afirmó y le regaló una sonrisa socarrona.
—Bueno, no sé, capaz que fue otro día —mintió Laura—. Después me voy a fijar bien —no quería que Pedro viera otras filmaciones de la cámara—. Por favor, me cerrás el sumario cuando puedas, eh. Gracias —y cuando salió de la oficina pudo escuchar la carcajada de Pedro en su relajación testicular.

