183. Tiramadre

11 de junio de 2024 | Junio 2024

Cuando Ramón abrió la alcancía que su madre, Adela, escondía en el ropero, y vio que estaba vacía, se volvió loco. Le preguntó qué había hecho con la plata y Adela, que ya tenía ochenta y tantos, le contestó que nada, que tenía que estar ahí, en la cajita. Esa plata, pequeño rejunte de ahorros, la magra jubilación y un tanto que aportaban sus hijos, se usaba para sus gastos corrientes. Solamente podían acceder a esa alcancía ella y sus cinco hijos e hijas. Ni siquiera sus nietos sabían que existía.

Ramón convocó a sus hermanos a una reunión. La situación de Adela ya estaba bastante complicada y todos sabían que hacía falta poner un poco más, que la cosa ya estaba complicada y que la vieja se empezaba a deteriorar, ahora que apenas podía comprar carne.

Cuando estuvieron reunidos en la casa de Ramón, Julio confesó que él se había llevado esa plata, que la necesitaba para invertir en un restaurante que un amigo suyo había levantado en Temperley, pero que, en cuanto el negocio anduviera, era cuestión de meses recuperarla.

 —¡Canalla, le estás robando a tu propia madre! —se alteró Mónica.

—Encima cuando tenemos que poner más para que la vieja pueda vivir —acotó Ramón, que en un primer momento se había abalanzado sobre Julio hasta que los separaron.

 —¿Cómo poner más? —se quejó Antonio—. Si ya ponemos.

—Mamá está prácticamente viviendo a sopa, Antonio —acotó Elvira.

—Y bueno, ¿qué problema hay? Si a ella le gusta la sopa, ¿por qué no puede tomar? —contestó Antonio.

—No, bueno, no te pienso contestar esa guachada —contestó Mónica—. Votemos, y listo. ¿Quiénes dicen que hay que poner más? —ella, Julio y Elvira levantaron sus manos—. Listo, Tony, perdiste.

—¿De dónde se les ocurre que podemos sacar plata? —se indignó Antonio.

—Y poné vos, que sos el único que se va de vacaciones a Europa y le va bien en la vida —contestó Ramón.

—Pero ustedes son unos irresponsables —Antonio miraba a sus hermanos con asco—. Acá el pobre Julio siempre dice que no tiene plata, ¿y ustedes quieren obligarlo a poner más?

—¿Sabés qué pasa? —contestó Elvira—. Julio, así de boludo como lo ves, le manoteó la guita a nuestra vieja y, si no lo cagamos a trompadas —levantó su puño de señora en el aire—, es porque le estamos dando una chance de que remedie lo que hizo.

—Ah, no. Yo con violencia no me manejo —Antonio levantó las manos abiertas a la altura del pecho—. ¿Qué diría papá si los viera decirme esto?

—Qué sos un garca —le contestó Mónica.

—No, bueno, así no se puede. Vení, Julio, vámonos —y lo condujo a su hermano por el hombro.

—Andá, rata inmunda —se enfureció Ramón—. ¡Llevátelo bien lejos al sorete de Julio! —gritó sin que escucharan sus hermanos, que ya se estaban yendo.

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