La fiesta llevaba meses. El hotel de lujo entero se había preparado para albergar a los asistentes, para darles cualquier servicio que desearan y todo tipo de espectáculos, muestras y exhibiciones que cambiaban día tras día. Era todo tan variado que no existían chances de que los invitados se aburrieran. No podían faltar el sexo y las drogas para una fiesta tan importante; lo mejor para reconciliar a empresarios acostumbrados a disputar entre ellos.
—¿Sabés que el otro día salí? —dijo Alfredo, director de una cervecera, a Ricardo, director de una alimenticia.
—¿Ah, en serio? ¿Por eso no estabas ayer? Yo no salgo hace no sé cuántos meses. ¿Qué día es hoy?
—Sí, salí y vi que hay un montón de gente afuera que paga para entrar acá. Pero llenan un formulario y les dicen que no cumplen los requisitos, entonces están todos ahí afuera, esperando.
—¿Será que con eso el gobierno paga esta fiesta? Sea como sea, qué lástima que se la pierdan —se rio Ricardo.
—¿Más drogas? —se acercó una moza con una bandeja.
—Sí, yo te acepto —dijo Alfredo y esnifó un poco de cocaína. El otro se agarró un porro—. Muchas gracias, hermosa —dijo a la moza que seguía su camino—. Creo que esa era la que me cogí anoche…
—Qué culo tiene, eh —lo felicitó Ricardo.
—My god, me encanta el carnival cariouca —pasó por un costado, repleto de cotillón, un director de una multinacional de productos de limpieza mientras bailaba “Siga el baile” de los Auténticos Decadentes.
—Cómo se divierten estos yanquis acá, eh —se acercó Carlos, dueño de otra alimenticia, para sumarse a la charla. Estaba en pedo y tenía una copa de espumante—. Che, Richar, perdoname por lo que dije en su momento de que la tenías chica, quería criticar a tu empresa en realidad.
—Y ahora viste que tengo todo más grande que vos —contestó Ricardo, con picardía.
—¿Algo para comer? —se acercó el ministro con otra bandeja.
—¡Ministro! ¿Pero qué hace usted acá? —preguntó Alfredo.
—Vine a traer un par de cosas y dije “ya que estoy, atiendo un poco más a los homenajeados”.
—No me lo digas así que te llevo para la habitación —dijo Carlos y se rio mientras intentaba evitar que el balanceo lo hiciera caer. El ministro sonrió.
—Carlos, ¿vos estás vendiendo más que antes? Yo estoy vendiendo un poco menos —preguntó Ricardo.
—Yo… pf… —eructó y lo largó en un soplido—. Estoy más o menos en lo mismo. Pasa que vos sos muy carero… y por eso la gente me viene a comprar a mí. Y hay otros que creo que están a dieta, algo así dijo mi hijo… ¿Nos cogemos al ministro entre los tres? —sugirió Carlos y los tres que lo rodeaban, incluido el ministro, se rieron.
