170. Predicción hambrienta

29 de mayo de 2024 | Mayo 2024

La médium lo había anunciado, como canal cósmico con otra entidad extraña o como mero acierto nacido a partir de un análisis de la transformación de los biomas a partir del calentamiento global. Del modo que fuera, había previsto la sequía y la hambruna, y se lo había comunicado a los miembros del nuevo gobierno. Lo que nadie sabía era en qué momento iba a suceder, ni qué tan drástica sería.

La decisión del gobierno fue, entonces, retener la mayor cantidad posible de los alimentos que se encontraban bajo su posesión, aunque ya tuvieran asignado un destino.

La estrategia era audaz: mientras se retenían los alimentos, la población descendería, lo cual facilitaría una eventual administración de la hambruna. Al mismo tiempo, un reparto general de esos alimentos retenidos en una situación tan adversa provocaría un apoyo generalizado al gobierno que podría erigir al presidente como el salvador de la patria.

El plan era muy ambicioso; obligaba a los ejecutores a tener nervios de acero y resistir ataques de la oposición, la prensa, la justicia, los pobres. Todos enemigos. Les hubiera encantado convencerlos y prevenirlos, pero no podían develar su plan y su conocimiento del futuro.

El gobierno, entonces, rechazó órdenes de otros poderes del Estado y reprimió movilizaciones de organizaciones que reclamaban los alimentos para subsistir. Se veían crueles, pero eran en realidad víctimas de su predicción. Para ser héroes necesitaban que el pueblo sufriera. Lo sufrían en silencio, entre banquetes y festines.

Hasta que la hambruna llegó, más temprano que tarde, por una muerte repentina de casi todos los cultivos de frutas, hortalizas, verduras y vegetales. El gobierno no esperaba que la situación fuera tan calamitosa. No solamente los pobres regaban de muertos las calles sino también los ricos.

El presidente y la ministra poseedora de los alimentos eran asediados para dar solución a la hambruna, mientras el Estado se veía inmerso en una miseria absoluta, sin fondos para obtener alimentos desde el extranjero. En ese marco, recibieron a representantes de los que reclamaban alimentos en el ministerio.

—Necesitamos comida, señor presidente. Usted dijo que no gobernaba para la casta. El pueblo tiene hambre, mis hijos no comen hace cuatro días —reclamó llorando la representante de los barrios populares.

—Nosotros también necesitamos comida, en Nordelta no queda ni una lata, se terminaron ayer —dijo el señor de pulóver celeste con una gaseosa en la mano.

—Bueno, o sea, digamos, abrimos el galpón y repártanse ustedes —dijo el presidente al ver que el plan no salía como esperaba.

—¿Cómo? Esto es una locura. Nosotros somos más importantes —reclamó el de pulóver—. Tenemos empresarios, gerentes, jueces, funcionarios. Nos corresponden a nosotros.

El presidente y la ministra, sin emitir palabra, miraron a la señora llorosa como para que diera un argumento superador.

—Nosotros… somos gente también. Valemos lo mismo —fue lo único que pudo decir.

—Tiene razón acá el señor —sentenció el presidente—. Que pasen primero los importantes y, si sobra algo, pasen los pobres.

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