¿Sabés cómo abortan las gallegas? Tirándole piedras a las cigüeñas. Ese fue el primer chiste con el que Daniel Grisales, el nuevo gerente general de la empresa, intentó romper el hielo con su par del grupo inversor español con el que la compañía tenía relaciones comerciales que buscaba profundizar. La respuesta de Emilio Pedraza fue una mirada por demás seria, mantenida unos segundos para que resultaran incómodos para Grisales. No logró su efecto.
La actualización de los negocios vigentes tuvo fácil resolución, dado que la mayor parte de las cuestiones continuarían de la misma manera. Pero la nueva inversión que la empresa argentina esperaba conseguir no resultaba tan accesible y la negociación estuvo algo tensa hasta que apareció un acuerdo, a trazo grueso, en el que ambos cedieron más de lo que esperaban.
Pero Grisales, si algo no tenía, era buen tacto para comprender contextos, y ni siquiera sus propios colaboradores esperaban que tuviera una actitud tan relajada cuando la inversión significaba la eventual subsistencia de la empresa o una crisis fenomenal.
Grisales, entonces, interrumpió la negociación con un nuevo chiste:
—Está también el caso de Jordi, que tenía que hacer un trabajo para la materia de geografía, y entonces va y le pregunta al papá: “Papá, ¿dónde están los Andes?” y el padre le responde “No sé, pregúntale a tu madre que ella es la que guarda todo” —cerró con una risa que sonó solitaria en la mesa.
—Hombre, ¿usted me está tomando por imbécil? —preguntó Pedraza enojado.
—Último. Último chiste y ya seguimos —suplicó Grisales con las manos entrelazadas frente a su pecho—. ¿Cuántos gallegos hacen falta para hundir un submarino? —Grisales esperó un segundo antes de seguir por si Pedraza quería preguntar “¿cuántos?”—. Dos. Uno que golpee la escotilla desde afuera y otro que la abra desde adentro.
—Imbécil —contestó Pedraza y golpeó la mesa—. Que los submarinos tienen esclusas de aire, no escotillas. ¡Y ni siquiera soy gallego, soy madrileño, joder! No voy a continuar una negociación en la que se me falta el respeto —Pedraza se levantó con sus colaboradores y encaró hacia la puerta.
—Bueno, che, pero no te bancás un chiste, gallego —dijo Grisales parado junto a su sillón, después de levantarse.
Pedraza devolvió una mirada, una sonrisa cínica y salió de la oficina. Grisales, entonces, corrió hasta él para evitar que se cayera el trato alcanzado.
—Usted me tendría que pedir disculpas a mí —acusó Grisales que lo trató formalmente por primera vez—. No sea así, gallego, es un chiste, nomás… ¿El acuerdo sigue en pie?
—Va a tener que conceder algunos beneficios más si quiere que me vuelva a sentar a la mesa —cerró Pedraza sin darse vuelta, en su camino a la salida, dando por muerta la esperada inversión.

