Luis era el mejor mago de su promoción en la academia para magos. Durante esos cuatro años, cuando todavía no superaba los veinticinco y parecía tener un futuro increíble por delante, sus compañeros y compañeras solían recurrir a él para pedirle consejos del ejercicio de la profesión. Era natural la magia en él. Además, tenía una belleza extraña y un carisma que lo hacían extremadamente atractivo. Eran pocos los y las estudiantes que no tuvieran interés por hacer algo de magia entre las sábanas con él. Una vez afuera de la academia, ese escenario se destruyó por completo.
Entre la crisis económica de los fines de los noventa y toda la cocaína que corría entre la juventud, encontrar trabajo no era fácil. En cambio, la merca sí la encontraba rápido. Empezó a tomar mucho, convenciéndose de que así podía idear mejores trucos para cautivar al público, pero terminaba duro, solo o con amigos, intentando ejecutar trucos pésimos que nunca le salían bien.
Se negaba a trabajar de algo que no tuviera magia. Por suerte algunas manos amigas le dieron trabajo y con eso podía comer y consumir, mientras vivía en una casa que se venía abajo en Wilde.
Entre buenas y malas tuvo que empezar a contraer deudas con entidades financieras, conocidos, conocidos de conocidos y desconocidos. Pero siempre terminaba gastándosela en la cocaína. Que lo mandaran a cagar a palos los transas y los prestamistas era moneda corriente, tanto que tenía que fijarse desde la esquina de su casa si no lo esperaban.
Una buena paliza lo hizo acomodarse y lo convenció de dejar de tomar. Se compró un conejo blanco al que nombró Jito, y con el cual inventó un par de trucos. Se había armado un proyecto meticuloso y largo para reestructurar su economía y saldar sus deudas.
Pero la cocaína se le presentó una noche en la que no supo decir que no, y volvió a enroscarse. Volvió a su casa días más tarde. Tantos que el conejo estaba muerto por falta de alimento. Cuando quiso salir a comprar otro con los pocos pesos que le quedaban, lo esperaba en la puerta un transa con un par de matones.
No alcanzó que él explicara que tenía dos funciones programadas, aunque en realidad se tratara de una tarde de magia a la gorra en la puerta del Shopping de San Justo y una fiesta nocturna para festejar que al Rana Albornoz le habían dado la condicional y estaba de vuelta en la calle. Otra vez, cagado a palos, robado hasta quedar en cero pesos y recordando con tristeza su pasado glorioso, volvió a jurarse dejar de tomar deuda y cocaína.
