157. Desayuno de campeones

14 de mayo de 2024 | Mayo 2024

Siéntese ahí nomás. Estoy sucio, pero si se queda donde está, mi olor no le llega a la nariz. Le quiero contar que hoy tuve una buena jornada. Especialmente buena, de las que no hay. Como verá, vivo en la calle. Hace ocho años ya, desde que Clarita me echó de la casa. En aquel entonces me había quedado sin trabajo y empecé a tomar, hasta que tuve problemas, Clarita se cansó de mí y me echó. No la juzgo. Ya me había pedido varias veces que me encargara de mí mismo, que consiguiera de qué vivir. Y yo la veía que se ponía flaca por bancarme la vida.

Como no podíamos tener hijos, le habrá resultado más fácil. Después de eso, yo me entregué del todo. A la bebida y a la muerte. Pensé que, en cuestión de unos meses, con ese gusto por el alcohol, me pasaba para el otro lado. Y no. Ahora no tomo más, pero en el medio la sufrí. Como no me moría, aguanté con orgullo hasta que, cansado, intenté volver a lo de Clarita. No la encontré. Se había ido.

Me acostumbré a la calle y al abandono. Y, sin que uno se entere, el tiempo va pasando. De ranchada en ranchada, en paradores, terminales, estaciones. Uno se la rebusca. Trabajo nunca hubo. Alguna changuita, pero te terminan pagando con dos panes…

Nomás que el último tiempo la cosa se puso brava. Muy brava. A los paradores no voy más, imposible estar tranquilo. Y en la calle los milicos no dan tregua. Yo armé tres ranchadas en tres meses, y cada vez que me levantaron me sacaron cosas. Ahora no tengo nada. Porque pelear para defenderse de otro que está en la misma que uno, bueno… pero estos, que están bien comidos, es otra cosa.

Es más, me sacaron a patadas de un cartón ahí en el centro. Ni ranchada tenía; estaba la manta, yo, el cartón, y el piso. Ahora ni dormir te dejan si te encuentran.

Yo digo que, de noche, vagabundeo; y de día, vago. Ja. Qué se le va a hacer.

Aparte, se puso difícil hasta conseguir comida. Hay mucha competencia. Yo voy ahí a la esquina de la avenida acá a la vuelta, que siempre dan. Y ahí se nota que somos cada vez más, y eso que hace poco que voy, desde que el comedor no tiene nada. Así como antes estaban los nuevos ricos, ahora son nuevos pobres. ¿Dónde hay un mango?, cantaba Tita y lo canto yo también. Ya nadie tira un billete.

Y ahí viene la historia que quería contar. Qué introducción larga, che… No se aburra. Anoche fui y me dijeron que iban a dar también el desayuno al otro día, pero en el Obelisco. Lejos; para caminar, lejos. Pero como había desayuno… así que arranqué tempranito.

Llegué y ahí conocí a Pamela. Ella estaba con la hija. Le hice un chiste, me quejé de que el pan estaba duro, y ella se rio. Y nos tentamos ahí nomás. Dijo que me rio “divertido”. Nos quedamos charlando hasta la tarde en el Obelisco, aunque ya se habían ido los del desayuno. Yo sentí así como un flechazo.

Todas las mujeres que conocí desde Clarita, que puedo contar con una mano y me sobran cuatro dedos de la otra, eran bravas, duras. Pamela no; es dulce, tierna. Está hace poco en la calle. Y ahora está acá, conmigo. Está durmiendo ahí, a un costado, con la nena. Nos dimos un beso ya… Desayuno de campeones, le dicen.

Capaz a usted le parece que estoy romantizando la pobreza. Pero no. Estoy festejando que, aunque siga estando en la pobreza, al menos hoy, me dio un romance.

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