15. Sacrificio

17 de febrero de 2024 | Diciembre 2023

La Corte, en un primer plano, integrada por sacerdotes y consejeros del rey, se levantó para recibir a las cien personas que debían ser ejecutadas en honor a los dioses ese mismo día. Entraron desnudas, con dibujos sobre la piel pintados según la deidad a la que iban a ser ofrecidas, y con su pies y manos encadenadas. No había manera de escaparse, pues era la misma cadena la que unía el destino de todos ellos.

Cada eslabón de la cadena tenía un grosor de dos centímetros y se había utilizado una fórmula secreta para mezclar cromo, acero y carbono, lo cual le daba una dureza prácticamente única. Año a año, la cadena se guardaba, se fundía y se volvía a confeccionar para el ritual del año siguiente. Los herreros encargados de fabricar la cadena y los grilletes habían logrado un reconocimiento a nivel social que les permitía participar de la ceremonia junto con la Corte.

Tampoco había hacia dónde escapar: el auditorio se encontraba unos dos metros por encima y alrededor de la chapa metálica que se extendía bajo sus pies. Ni siquiera saltando podían treparse hasta llegar a la Corte o al resto de las personas presentes allí.

Habían pasado siglos sin que se utilizaran sacrificios de este estilo. Fue la desesperación de algunos que difundieron las catástrofes climáticas a viva voz, conjuntamente con las malas administraciones de la Corte anterior, que había dilapidado la fortuna que existía y no había logrado controlar las sequías e inundaciones que sometieron al pueblo entero al panorama miserable. “No hubo más remedio”, señaló el rey, que aconsejado por la nueva Corte admitió el regreso de los sacrificios humanos.

El primero había sido el más discutido; no habría existido sin el uso brutal de la fuerza del poder. Pero la bonanza posterior le dio al ritual un nivel de legitimación que ni siquiera la propia Corte esperaba. “Sin dudas, prueba del beneplácito de los dioses”, repetían en cada oportunidad que podían los miembros de tan distinguido consejo, aunque se tratara de un incremento en sus beneficios y apenas la mera supervivencia del pueblo que aportaba los sacrificados.

El Ministro Mayor de la Corte solicitó permiso al rey y, una vez concedido, se dirigió a las cien almas desnudas frente a él:

—Buenas noches a todos, y gracias por su participación prácticamente voluntaria, a excepción de algunos casos, de este nuevo ritual que nos convoca para finalizar el año. Una vez más, tenemos la tarea, la obligación, de obtener el visto bueno de quienes nos cuidan desde el más allá, para que así, con su alegría, nos brinden la calma, el alimento y la bebida que nos va a permitir desarrollarnos en este plano, a quienes no tenemos la suerte de estar allí abajo con ustedes, a tan solo segundos de encontrarse con los dioses. Es por eso, que les estamos eternamente agradecidos a ustedes y a sus familias. Ya les hemos retirado el nombre y ahora caerán frente a ustedes unos canastos donde deberán arrancarse y depositar un mechón de pelo. De lo contrario, saben, no serán bien recibidos y sus familias deberán sufrir el costo de la burla que propinen a nuestro panteón. Al pueblo, feliz fin de año, y a ustedes, gracias por el sacrificio, y por el apoyo que se siente más que nunca — y cerró con una reverencia hacia ellos.

Acto seguido, cien canastos bajaron desde el techo, y cada sacrificado tiró de su pelo, arrancando así también parte del cuero cabelludo, para que el mechón se mantuviera unido. Si esto no sucedía, se suponía que la persona no lograría la paz eterna, sino el castigo.

Un minuto después, el rey hizo sonar un cuerno de toro y la plataforma metálica se abrió, dejando caer cien cuerpos a un vacío negro, al parecer infinito, para un futuro mejor.

Compartí este pasquín

¿Querés recibir un correo electrónico con los pasquines que se publican en el blog?

Suscribite completando tu nombre y correo electrónico.

Loading

Importante: Te va a llegar un email que tenés que abrir para confirmar tu correo.