Hacía bastante que no se juntaban las cuatro. Se habían conocido en el secundario, donde habían armado el grupo que todavía existía, hacía más de veinticinco años. Esa tarde se habían juntado en lo de Lorena, después de la clase de yoga donde también iba Samanta. Un poco porque hacía mucho no se juntaban todas, y otro tanto porque el padre de Constanza transitaba una enfermedad terminal en el peor momento del cuadro y había que bancarle los ánimos.
Una vez superada, entre mates, facturas y lágrimas, la parte de la conversación dedicada a Constanza y la inminente partida de su padre del plano físico; el tópico que ganó la charla fue la maternidad que les ocupaba la vida a todas, salvo a Samanta. Compararon algo de los desarrollos intelectuales, hormonales y físicos de sus hijos e hijas, hasta que Franco, el hijo mayor de Lorena, entró en el living y se sentó en el sillón con su celular.
Pero antes de cambiar de tema, Luisina había dicho que estaba preocupada por Baltasar, y aunque Lorena hacía gestos con la cara para que sus amigas advirtieran que su hijo estaba presente, ella insistió:
—A ver, chicas… Es que Balti le dijo a una compañera que le quería hacer un montón de cosas… de grandes. Hacerlas ahora. Cosas de grandes —aclaró—. Entonces la piba se sintió re zarpada, y él… no es que no es consciente de lo que dijo, pero evidentemente no comprende es que no puede decirlo así nomás. Yo le dije a la directora que era culpa de ellos que no daban educación sexual para los pibes, viste. Yo no sé bien cómo manejarlo.
—Ay, Lu, qué cagada —contestó Samanta—. Pegale un cachetazo y listo, que se le acomoden las ideas.
—Sí, muy pedagógico lo tuyo, Sami —contestó Constanza—. No le puede pegar al pibe. Tenés que llevarlo a terapia —se dirigió a Luisina—. Tengo un número de un psicólogo excelente para pasarte. Cobra caro, eso sí.
—No, me matás —contestó Luisina a Constanza—. Estoy muy corta, sobre todo desde que Salvador se hace el boludo con el tema de la cuota alimentaria. Prácticamente estoy bancando todo yo sola.
—Ay, pero Luichi… —Lorena empezó a contestar con un tono cargado de superioridad moral—. Tenés que dejarlos ser un poco. Los pibes ahora necesitan libertad. Dejalos que piensen por sí mismos, que tengan su experiencia. No lo atosigues por cosas que son de chicos. Yo siempre crié a los míos así, con libertad, que es lo más importante. Que digan y hagan lo que quieran, ellos después sabrán si está bien o mal… Voy a buscar coca, ¿alguna quiere?
Mientras Lorena abría la puerta de la heladera, y la conversación de sus amigas seguía en la mesa en torno a las desvergonzadas propuestas de Baltasar, su oreja derecha escuchó de refilón una voz de hombre que hablaba en portugués. No tardó en advertir que venía del celular de Franco.
—¿Qué estás viendo, Franqui? —le preguntó Lorena, con la gaseosa en la mano.
—Es por lo de Porto Alegre. Se inundó todo —contestó Franco con la atención puesta en el teléfono, de donde salieron las palabras aquecimento global y mudança climática.
—¿Qué dice eso? ¿Calentamiento climático? —preguntó Lorena, con tono de reto.
—Sí, pero no se dice así. Es calentamiento global, o cambio climático.
—Dame tu celular.
—¿Por qué? —se quejó agudo Franco y recién ahí miró a su madre.
—Damelo —insistió y Franco se lo entregó. Lorena empezó a bloquear páginas del celular y siguió su reto—. Ya te dijo papá que estas cosas adoctrinadoras no van, ¿está claro? Si querés ser un zurdito, cuando cumplas dieciocho te armás la valija y te mandás a mudar a donde quieras con todo tu cambio global o no sé qué mierda. Mientras vivas acá, eso no se ve. ¿Por qué no hacés como Baltasar que está ya intentando conocer chicas?
—Yo también conozco chicas —contestó Franco en defensa de su orgullo ante la posibilidad de que las amigas de Lorena escucharan.
—Las conocés para hacer cosas de zurdito. Pero para hacer cosas de grande, nada. Mirá que ya te crecen los pelos y todavía no se te despierta la… inquietud, eh —dijo y le tiró el celular encima. Franco salió corriendo hacia su habitación y Lorena volvió a dirigirse a sus amigas—. Le das la libertad y no aprovechan nada estos pibes…

