“El temor a la disputa no te dará más que soledad” era una de las frases que se habían colado entre las páginas del nuevo libro de Gabriel Morli, el político de moda. Una frase desencajada, imposible de interpretar en favor del autor como correspondiente al texto. No tenía sentido en medio de una oración de análisis técnico financiero. Como tampoco lo tenían las frases “ministro hijo de puta”, “la tortura enseña”, “salir del sol para encontrar el cielo”, “te partiría los huesos con un ancla oxidada”, “fuiste vos, papá”, “me aplastará una tempestad hasta desintegrarme”, entre tantas otras.
Morli era un personaje extraño y ya había tenido demandas por plagio de otros autores especialistas en publicaciones anteriores, pero no estaba preparado para que este libro le sepultara la carrera, siendo su inconsciente el sepulturero. Por suerte para él, gracias a su adicción a las redes, fue de los primeros en enterarse de que el libro contenía esas frases. Ordenó retirar los ejemplares de las librerías antes de que siguieran vendiéndose, pero no logró que varios llevaran esa primera edición de un Morli.
En menos de una hora, la noticia estaba en los medios tradicionales y, mientras llegaba a las librerías el pedido de retirar de las mesas, repisas y bibliotecas los ejemplares, a éstas llegaban hordas de clientes intentando adquirir uno. Fue récord de ventas a nivel nacional. Varias librerías contestaron el pedido al día siguiente, acusando no haberlo visto antes.
Morli pasó la noche entera repasando el libro de punta a punta, cotejándolo con su archivo original, guardado en la computadora. Eran iguales. “La puta madre”, gritó. ¿Cómo podía ser? ¿Quién había escrito eso? ¿Era un boicot? Estaba demasiado nervioso para sentarse. Caminaba por la habitación en círculos, se agachaba frente al monitor y volvía a leer. Leía y caminaba, bebía whisky y golpeaba objetos. Era dirigente de un espacio político en auge que chocaba con la política tradicional.
Desde su entorno acusaron al editor. Que él, el corrector, el lector profesional, todos hijos de puta, habían incluido esas palabras adrede para vulnerar la imagen de Morli. La editorial sacó un comunicado, único en la historia, en el cual afirmaba no querer entrometerse en el trabajo del autor, y que, al tratarse de una figura tan relevante, no correspondía tergiversar sus palabras.
Él recordaba, a su pesar y a escondidas, las noches en que martillaba las teclas de su computadora con las yemas de los dedos, bajo los efectos de una borrachera que intentaba suplir la falta de pastillas recetadas por su psiquiatra, al que había dejado de ver por una diferencia de criterio en el tratamiento. Pero no podía asumirlo en público sin que su imagen y su misión política cayeran en picada.
Morli vio cómo en las redes se fanatizaban los usuarios cada vez que encontraban nuevas frases perdidas de los laberintos de su mente. También se sorprendían con algunas frases que sí eran parte integral de su texto y su análisis político económico, aunque los lectores no lo comprendieran. Decidió redoblar la apuesta para salir de la mira y poner en su lugar al editor. Denunció penalmente al editor y su equipo de trabajo por daños en su obra y por injurias.
El editor, entonces, se presentó ante la autoridad judicial y confesó. Dijo haber visto que la redacción tenía esas frases y que fue decisión suya que se publicara con el contenido tal cual había sido recibido. Que en tal caso era un problema del autor, que su trabajo se limitaba a vender libros y ¿qué mejor para aumentar las ventas que el libro del político de moda con su locura expuesta? Además, agregó: “no es mi culpa que la gente idolatre a un loco; y no me molestaría que sí sea mi culpa que se vea cómo y por dónde se le asoman los monstruos”.
