El senador estaba contento. Había ganado el partido de tenis y, siendo las cuatro y media de la tarde, todavía le quedaba día para unos masajes y después mirar una serie antes de que llegara su familia a perturbar su tranquilidad. Manejó excediéndose de la máxima y ejerciendo algunas maniobras riesgosas que su vehículo de alta gama resolvía prácticamente solo y llegó a la cochera de su lujoso edificio de la Avenida Libertador. Estacionó, bajó del auto, y se fue a esperar el ascensor al lado de la cabina donde debía siempre haber alguien cuidando los coches.
—¿Qué tal, doctor? —preguntó Aníbal, el encargado del garage de mañana y tarde, con amabilidad y una sonrisa.
—Bien, Aníbal. Hoy gané, le pasé el trapo —se festejó el senador a sí mismo y llamó al ascensor.
—Sí, vi que se aumentaron el sueldo —contestó el otro con un tono entre la envidia y la bronca, cambiando el tema de golpe.
—Ah… sí, también. Y con lo caro que está todo… Cien lucas de luz me vinieron. ¿A vos te parece? ¡Cien lucas! Estaba ya con la soga al cuello. Y no sabés en la casa de Saladillo todo lo que hay que gastar. Es tremendo lo que cuesta tener esa casa.
—Sí, ¿no? No alcanzaba, ¿eh? —Aníbal ya no tenía la sonrisa empática sino más bien un dejo de odio.
—Y, viste cómo está todo ahora, Aníbal. Está brava la mano, está brava —el senador intentaba salir de una posición de juzgamiento.
—Para algunos todavía más que para otros —contestó Aníbal y se acercó hasta casi quedar cara a cara.
—Vos estás más a acostumbrado a llegar con lo justo, pero a mí me estaba dejando sin piernas, como el Diego en el 94 —el senador recurría a figuras que resultaran amables para hablar con gente laburante, aunque él no los quisiera.
—Un millón y medio era poco… se quedaba corto. Yo acá estoy haciendo quinientos mil. Y la mitad se me va en el alquiler. Con cuatro millones no me imagino todo lo que haría.
—Bueno, tenés que ser candidato y ganar —el senador sonrió falso y nervioso.
—¿Eh? —Aníbal prepeó al senador—. ¿Me estás boludeando?
—No, que…
El senador no llegó a decir nada más, que Aníbal le había puesto un tucumanazo entre los ojos y su nariz empezó a sangrar. En medio del aturdimiento, Aníbal aprovechó y empezó a pegarle con puños y rodillas. El senador no tenía capacidad de respuesta en un principio, inconsciente unos segundos después y, unos minutos más tarde, muerto al costado del ascensor.
