Como todas las navidades de los Pafundi, los hijos de Ricardo se peleaban con los de Gabriela. A esa altura era prácticamente una tradición de la familia. Los dos más grandes, Kevin, del lado ricardista, y Tatiana, del lado gabrielista, no participaban tanto. Ya tenían dieciséis y, aunque habían originado la rivalidad, el interés por la belicosidad entre sí se había suplantado por el de atraer a las amistades de su rival.
Sin embargo, quedaban Michelle y David del lado ricardista; mientras que Ariana y Juan, representaban el lado gabrielsta, aferrados a la costumbre de continuar una batalla que se extendía en el tiempo en cuatro, a lo sumo cinco, batallas anuales, las cuales podían comenzar con un determinado motivo que, en la próxima batalla, podía ser la solución.
La tensión en el jardín del abuelo Mario, al fondo de un terreno bastante grande, se sentía desde la puerta de calle. Michelle y David bailaban con la música del parlante en el mismo lugar en el que Ariana y Juan querían jugar a la pelota, justamente donde solía armarse el arco, a veces con busos, a veces con macetas que sufrían roturas.
—Pongan el arco allá —sugirió Michelle, de doce años, a modo de orden.
—Siempre lo ponemos acá —se quejó Juan, de siete.
—Sí, va acá el arco. Allá están las plantas de la huerta de la abuela y además se puede colgar la pelota —agregó Ariana, de trece.
—Bueno, pero hoy este lugar es para bailar, no para la pelota —se plantó David, de diez.
—¿Y quién te creés que sos para decidir, enano de mierda? —prepeó Ariana y le dio un empujón a David, que casi cae de culo.
—A mi hermano no lo empujes, tonta —se adelantó Michelle que se puso frente a frente contra Ariana.
Juan, utilizando el cuerpo de su hermana a modo de escudo humano, propinó dos patadas a los tobillos de su prima, y luego debió salir corriendo para escapar de David, que se había levantado con el pantalón manchado de verde pasto y marrón tierra y una bronca que, aunque quería descargar sobre el cuerpo de su Ariana, sabía que le convenía ir contra Juan, donde ganaba en relación de fuerzas y respetaba la enseñanza de sus padres de no pegarle a las mujeres. David derribó a Juan de una patada, y éste último logró, en la misma caída, darse vuelta y quedar de frente a David con los pies en alto, como para repeler su ataque, pero David le dio puntinazos en las piernas. Juan, entonces, empezó a defenderse con talonazos desde el suelo que colisionaban con los pies de su primo.
Por el otro lado, la batalla continuaba a la inversa: Ariana había derribado a Michelle, que era más chica, menos luchadora, y no hacía otra cosa más que cubrirse la cara para no recibir los golpes de puño que Ariana hacía llover sobre su cabeza. Desde el suelo, Michelle no podía aprovechar su táctica más eficiente, basada en el revoleo de objetos contundentes con una gran puntería, seguido de un escape ágil y veloz. Entonces ella, al igual que lo hacía el pequeño Juan desde el suelo, comenzó a gritar pidiendo clemencia o ayuda, lo que llegara primero.
—Bueno, che, basta —dijo Kevin, que acababa de salir al patio con Tatiana y una cerveza que habían robado a escondidas—. Que nos van a agarrar a nosotros.
—Sí, chicos, dejen de pelear un rato. Abrila —agregó Tatiana, y le dio el destapador a su primo.
Justo entonces, la tía Amanda, que pasaba por la puerta del jardín cuando se dirigía a la cocina, escuchó el revuelo y vio a sus sobrinos menores en plena trifulca. Se escucharon pasos alborotados de zapatos de fiesta golpeando el suelo y, un segundo después, sin ver a Kevin y Tatiana, apareció Amanda en el jardín, corriendo hacia la con la dificultad que el alcohol ingerido le sumaba a los zapatos.
—¡Paren! ¡Paren! ¡Ariana, estás loca! ¡Loca! ¡La vas a matar! —dijo levantando Ariana del cuerpo de Michelle y ayudando luego a ésta última a levantarse.
—Ella empezó —contestó Ariana.
Amanda no pareció escucharla, sino que se dirigió hacia David y le preguntó si se encontraba bien, como si no hubiera sido él quien le pegaba patadas a su primo desde una posición favorable.
—Bueno, tía —Kevin apareció en su radar—. Tampoco fue para tanto, no pasó nada,
—Sí, tía, tranqui, nosotros estábamos viendo, si se zarpaba alguien lo parábamos —agregó Tatiana después de esconder la cerveza detrás de una maceta.
—Ah, están acá ustedes —Amanda se acercó a los mayores sin disimular su estado etílico—. Está bien. No, me asusté un poco, ¿viste? Como escuché así el ruido dije “le está pasando algo a los hijos de Ricardo, pobrecitos”, pero bueno. Me quedo tranquila entonces que están ustedes acá.
—Sí, tía, andá nomás. Cualquier cosa te llamamos —le contestó Kevin mientras Tatiana miraba seria a su tía.
—Ay, perdón, exageré. Qué tonta. Bueno, cualquier cosa me dicen, ¿sí?
Amanda volvió a entrar, Kevin y Tatiana recuperaron su encuentro con la cerveza y los más chicos empezaron a jugar a la pelota juntos.
