Para el ducentésimo decimoquinto aniversario o, dicho de otra forma, el cumpleaños número 215 de Juan Bautista Alberdi, el gobierno impulsó la construcción de un parque temático en su honor, a realizarse en el lugar donde antes se encontraba la Ex Escuela de Mecánica de la Armada. Para desarrollarla, en lugar de contratar a historiadores o personas que tuvieran conocimiento específico de la época que debían recrear, prefirieron dejarlo en manos de algunos militantes que, de no ser porque el presidente sentía fanatismo por la figura del prócer, ni siquiera lo recordarían.
—A ver, muchachos, nosotros lo que tenemos que hacer es construir el escenario del parque a la medida de lo que sería… en aquel momento —Lauro se dirigía a los trabajadores a su cargo con una gesticulación corporal exagerada, y hablaba lento, como si eso hiciera que sus palabras se entendieran mejor. Era pelado y, aunque parecía de cuarenta y tantos, tenía treinta y siete años. La camisa marrón le quedaba grande, y las gafas de sol, chicas—. Ustedes piensen… a ver… hace ciento cincuenta años. No había nada. Celu, tele, coche, nada. Caballo, sí —dijo y movió su torso como si estuviera montando—. Caballo había. Tenemos que traer caballo, entonces —y se detuvo en seco con un índice cruzándole la boca—. ¡Segundo!
—Sí, Lauro —contestó uno de los trabajadores.
—Encargate de conseguir caballo. Si podés, más de uno. Fijate allá por donde vivís, al fondo, si hay.
—Pero esos no están bien alimentados, ¿no tenemos para conseguir mejores?
—No hay plata, Segundo.
—Pero a nosotros nos van a pagar, ¿cierto? Que acá hay montada tremenda estructura y todavía no nos pagaron nada en meses.
—Que sí, hombre. Ya les dije. Paciencia, es la clave de todo. Nada se soluciona en un día. ¿Qué les decía…? —se envolvió el mentón con la mano derecha, el otro brazo en jarra, y miró al suelo dos segundos—. Sí, eso. La Argentina de Alberdi —y asintió usando toda la capacidad de flexión de sus articulaciones del cuello—. El parque se llama así y quiere decir eso, nomás. Es lo que tenemos que construir. Entonces… No había nada. Tierra para todos lados —hizo una mirada panorámica a su alrededor con la mano derecha haciendo de visera—. Caballo, vaca. Tren… —dijo cuando vio a cinco trabajadores acercarse vestidos de maquinistas—. ¿Ustedes van a ser todos de los trenes? —inquirió con el pecho abierto.
—Sí. Somos los cinco maquinistas —contestó uno—. Es que ampliaron la red trenes del parque.
—¿Qué? Pero si no hace falta un tren enorme. ¿Una red, encima? Demasiado, demasiado —negó con la cabeza y cara de asco—. Cuando murió Alberdi el tren llegaba hasta Dolores, a Chivilcoy, ni siquiera había tren a Junín, muchachos, agarren un libro, les pido —hizo gestos de director técnico—. Hay que cortar. Chau. Chau. No hay plata, se corta todo eso. No sé quién contrató todos estos muchachos para que hagan de ferroviarios… Busquen otra cosa para hacer, atiendan el bar, no sé, pero tiene que quedar uno, a lo sumo dos. Y si no se les ocurre nada, afuera. ¡Anselmo!
—Diga, Lauro —contestó Anselmo.
—Andá a hablar con la gente de personal. Deciles esto de que sobran ferroviarios, sobran vías. Es un escenario mucho más atrasado el que debemos armar acá. Será de Dios…
—Bueno, Lauro —contestó Anselmo y se dio media vuelta para ir hacia la oficina correspondiente.
—¿A dónde vas, Anselmo? No terminé. Deciles que levanten las vías sobrantes, y las dejen apiladas a un costado, que yo después hablo con la gente de la chatarra industrial y con lo que saquemos, pago un asado para todos, ¿les parece?
Hubo apenas algo de festejo, contenido por la falta de pago y estimulado por el hambre.
—Y con lo que nos ahorramos de los salarios de los ferroviarios, a lo mejor, pedimos helado. Tres kilos, cuatro —marcaba el número con los dedos levantados de la mano derecha—, creo que va a alcanzar… Ah, no. Antes hay que comprar carreta. Carreta para el caballo. ¡Segundo!
—Sí, Lauro.
—Fijate si encontrás carreta también por ahí en el campo cuando busques caballo. Ahora sí, muchachos, a laburar que este parque no se va a armar solo —y aplaudió. Quería que el resto lo acompañara, pero no hubo caso.
